domingo, 13 de mayo de 2012

Corrientes y Reconquista. Monumento a Liniers


Una de espionaje y sexo en las invasiones inglesas


La particularidad de este monumento a Santiago de Liniers es que lo ubicaron en la cuadra en que estaba la casa de quien fuera su amante; Ana María Perichon, esposa del agente inglés Thomas O'Gorman. ¡Al fin una de sexo y escándalo! 

Monumento a Liniers. Corrientes
 y Reconquista. CABA.
            En 1806 Buenos Aires estaba lleno de agentes de distinta procedencia. Convivían en la ciudad una serie de aventureros que actuaban como agentes ingleses, portugueses y franceses, a los que se sumarían los de las logias que iban a llevar adelante el proyecto revolucionario. Algunos de estos agentes obedecían alternativamente a más de un bando, y cambiaban su empleador de acuerdo a sus intereses personales. En este contexto se conocieron los protagonistas de esta historia de amor escandaloso: Santiago de Liniers y Ana Perichon.

Ana era francesa . Hija de un próspero comerciante y nacida en la isla Borbón, en el Océano Índico, se había casado con el agente secreto inglés Thomas O'Gorman, quien se dedicaba a los negocios más redituables a fines del siglo XVIII: el contrabando y el tráfico de esclavos. Como agente inglés en Europa, O'Gorman se había contactado con el embajador hispano en Londres y le había presentado un plan para, presuntamente, defender a Buenos Aires de los ataques ingleses. Claro que la trampa era que ese plan lo habían ideado los mismos ingleses y, por lo tanto, hubiera servido para facilitar la invasión. Finalmente el proyecto llegó a manos del ministro Godoy (que decidía los asuntos españoles en nombre del rey Carlos IV), quien lo desestimó.
            Pero O'Gorman -junto con otros agentes en Buenos Aires- seguía informando a los británicos sobre la situación del Plata. La casa del matrimonio de Ana y Thomas, en la actual calle Reconquista, cerca de Avenida Corrientes,  era frecuentada por aventureros extranjeros. Uno de ellos era el norteamericano William White, que pese a su apellido también se había enriquecido gracias a la venta de negros. Este White era amigo del almirante inglés Sir Home Popham, jefe de la armada británica. Como el marino le debía unas cuantas libras, White le envió correspondencia para convencerlo de que asaltara Buenos Aires y le devolviera el dinero, utilizando para ello parte de la comisión por el robo del tesoro de la ciudad.
            Los que eran más que amigos eran Ana y otro agente inglés allegado a la familia, James Burke. Este aventurero acompañaba a la francesa en los períodos en que su marido  salía en viaje de negocios. Al parecer, la relación con Burke fue anterior a que se conociera con Liniers.  Por entonces sus dos hijos, producto del matrimonio con O´Gorman, eran los otros afectos de Ana.

            Santiago también había nacido en Francia. Hijo de un oficial de la marina, desde muy joven se había enganchado en una expedición española contra Argelia; desde entonces toda su carrera la hizo peleando contra Inglaterra. Llegó a América con la fuerza de Ceballos que expulsó a los portugueses de Colonia y desempeñó en el Virreinato numerosos cargos militares y administrativos, pero en general estos empleos eran pagados mal  y con retraso por la corona española.
            A fines del siglo XVIII, su hermano, el conde Henry de Liniers, arribó a Buenos Aires con  un permiso real  para establecer en el Río de la Plata una fábrica de pastillas de caldo. Estos antecedentes de los caldos en cubitos, que aún utilizamos, se habían ideado para alimentar a las tripulaciones y pasajeros de los navíos, con el objeto de evitar tener que embarcar reses vivas. Con esta intención los Liniers alquilaron la chacra de Altolaguirre, en el barrio actual de La Recoleta, pero el cabildo de Buenos Aires no aprobó la ubicación, aduciendo el peligro de contaminación del río. Adquirieron entonces una chacra a Lorea, que se encontraba convenientemente ubicada sobre la actual calle Virrey Liniers en el barrio de Almagro, pero la oposición del Cabildo, que defendía intereses de ganaderos bonaerenses, desbarató el proyecto industrial. El conde Henry se volvió a Europa y el pobre Santiago se quedó con los problemas y las deudas. Su suerte pareció mejorar cuando obtuvo el cargo de gobernador militar de las misiones jesuíticas, pero luego de menos de dos años de gestión, debió dejarlo con el advenimiento del virrey Sobremonte,
            Entonces resolvió volverse a Europa, pero su destino estaba aquí: cuando bajaba a Buenos Aires, junto con su segunda esposa que estaba por dar a luz, una terrible epidemia asoló la nave en que viajaban. Su mujer tuvo una nena, pero ambas murieron a los pocos días. Cuando por fin Liniers arribó a Buenos Aires, Sobremonte debía encontrarle un puesto en otro destino, acorde con los servicios prestados a la corona. En eso estaban cuando, en 1806, llegaron los ingleses. Desde su puesto en la ensenada de Barragán, el primero en verlos fue Santiago.



El amor y la guerra


            La buena relación de Liniers con Ana Perichon y con el grupo de amigos de O'Gorman, fue fundamental en la organización de la reconquista de Buenos Aires en 1806.
            Como el puesto de Liniers estaba en Ensenada, no participó de las luchas cuando los ingleses desembarcaron en Quilmes y, como ellos pensaban que iban a ser bien recibidos, en general no sospechaban de los porteños mejor posicionados. Mucho menos de los que tenían relaciones sociales con un agente inglés, aunque tal vez debieron tener en cuenta que en este caso las relaciones más íntimas eran con la esposa.
            Pese a todo, Liniers se reunía con oficiales ingleses en casa de los O'Gorman. Thomas había sido nombrado "comisario de víveres" por los invasores y vislumbraba un futuro promisorio de continuar éstos gobernando Buenos Aires.

La captura de Buenos Aires. Grabado inglés de la época
        Pero Liniers hizo otros planes. ¿Qué lo decidió a encabezar la reconquista cuando en realidad no estaba mal posicionado con los nuevos dueños de la ciudad?
            Probablemente una combinación de razones: la lealtad a España y el hecho de ser enemigo histórico de Inglaterra, sin dudas. Pero también, acaso, la percepción de que la apuesta por los invasores de Buenos Aires no era segura debido a que la gran mayoría de la gente -entonces llamados "el populacho" o la "clase inferior"- estaba dispuesta a resistir la ocupación extranjera. Y ¿por qué no? el saber que, vencidos los ingleses, O'Gorman caería en desgracia; sería desterrado o encarcelado, y ya no representaría un obstáculo para sus encuentros con Ana.
            Así comenzó Liniers la conocida epopeya de la reconquista. Pasó a la banda oriental y desde allí inició la organización de las milicias. Mientras recruzaba el Río de la Plata junto con el oficial español Gutiérrez de la Concha, mientras desembarcaba en el actual Río Reconquista, entonces llamado Río de las Conchas, algo siempre le recordaba a su amada. Es que junto a él estaba Juan Bautista Perichon, hermano de Ana y fiel ayudante de campo durante toda la campaña.

¡Qué noche, Teté!

           
            Gracias al entusiasmo del "populacho" y las milicias, los últimos esfuerzos de Liniers durante la reconquista fueron para contener a la multitud y garantizar la vida de los invasores. Fue entonces que se produjeron hechos heroicos, como el de Manuela Pedraza, quien entró a la Plaza Mayor junto con su marido, mató a un soldado inglés, tomó su arma y participó del ataque final.
            Pero una vez reconquistada la ciudad, las relaciones entre los integrantes de la clase principal porteña, los oficiales ingleses y sus espías, siguieron siendo cordiales. Ya lo eran antes: Mariquita Sánchez de Thompson comentó en sus memorias la invasión cual si fuera un  desfile de modas. Para ella las tropas británicas eran "las más lindas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cintas punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta (...) Este lindo uniforme, sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve. La limpieza de estas tropas admirables, qué contraste más grande". En cambio los nuestros daban lástima: "todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados, todo lo más miserable y lo más feo, con unos sombreritos chiquititos encima de un pañuelo atado a la cabeza". Tal vez por eso su marido, Martín Thompson, había sido confirmado por el comandante inglés Beresford como Capitán del Puerto. La dama patriota también justificó al virrey Sobremonte, quien la había ayudado autorizando el casamiento con su primo Thompson, y a quien cuando le avisaron del desembarco prefirió quedarse a ver una obra de teatro para después huír: "¡Qué noche! -nos dice Mariquita- ¡Cómo pintar la situación de este virrey, a quien se acrimina toda esa confusión y demasiado se hizo en sacar y salvar los caudales!".
            Lo cierto es que una vez terminado el incidente bélico, Beresford fue recluído en Luján, pero poco después se facilitó su fuga; White fue encarcelado, pero Liniers pidió por su liberación y hasta le vendió su chacra; y muchos oficiales quedaron en libertad.
            En fin, que el único que se tuvo que ir fue el bueno de  Thomas O'Gorman. Y entonces sí, Santiago se mudó a la casa de la actual calle Reconquista, en donde hoy tiene su monumento, y allí compartió su vida con Ana por un breve tiempo.
            Pero si el poder ganado por Liniers tras la invasión los había unido, las dificultades de la gestión como Virrey iban a separarlos. Fueron blanco de continuas murmuraciones: se decía que Ana decidía por el virrey, la acusaban de  malversación de fondos, de favorecer a los ingleses, protestaban porque el hermano de Ana se había casado con una hija de Liniers sin el permiso real. Faltaba que la tildaran de "yegua", pero en cambio comenzaron a llamarla despectivamente "la perichona". Para colmo, el  espía  Burke, despechado y con absoluta ausencia de códigos de caballero inglés, hizo público que había sido amante de la francesa, acusándola a su vez de trabajar para Inglaterra.
            Por todo esto Liniers tuvo que desterrar a Ana Perichon a Río de Janeiro. Y nunca más se vieron. La historia del virrey no terminó bien y, como se sabe, fue fusilado en Córdoba después de la revolución de mayo de 1810.
            Ana, por su parte, siguió con su vida escandalosa y se anotó aún un resonante romance en Río: fue con el embajador inglés Lord Strangford. Se dice que  por esto  también la expulsaron de Brasil. Volvió a Buenos Aires, se recluyó en una estancia que tenía y desde allí se dedicó a casar a sus hijos.
            Murió en 1847, unos días antes de que su nieta, Camila O'Gorman, huyera con el cura Ladislao Gutiérrez. Pero, claro, esa ya es otra historia.

Bibliografía



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Ferla, Salvador. Historia argentina con drama y humor. Peña Lillo Editor. Buenos Aires. 1985.

Maronese, Leticia. La mujer y la vida cotidiana a comienzos del siglo XIX. En Invasión, reconquista y defensa de Buenos Aires (1806-1807). Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires. 2007

Quesada, María Sáez. Mariquita Sánchez. Vida política y sentimental. Sudamericana. Buenos Aires. 1995.

Sosa de Newton, Lily. Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Plus Ultra. Buenos Aires. 1980.