lunes, 23 de julio de 2012

Azcuénaga, Provincia de Buenos Aires, en el partido de San Andres de Giles.


Hacienda de Figueroa. El general Quiroga va en coche al muere



Cerca del pequeño pueblo de Azcuénaga, en el partido de San Andrés de Giles, a la vera del antiguo camino al Alto Perú, subsiste la histórica finca de los Figueroa, habitada por descendientes de esa misma familia durante los últimos doscientos cincuenta años. Esta estancia, utilizada como posta en el camino, fue testigo de la despedida final de Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas. Allí, luego de marcharse el riojano, el Restaurador redactó su más importante documento político, que también es pieza clave para desentrañar la gran pregunta acerca del  asesinato de Facundo: ¿Fue Rosas quien ordenó su muerte?


Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?

Jorge Luis Borges       



1834

17 de diciembre. Anochece. Por el polvoriento camino al Alto Perú, desde Luján, se acercan a la finca dos carruajes custodiados por milicias. Los Figueroa reconocen la galera de Juan Manuel de Rosas; de ella ven descender al General Juan Facundo Quiroga. En la segunda, que pertenece al riojano, se deja ver el hombre fuerte de Buenos Aires. Apenas tienen los dos jefes unos instantes  para seguir con la conferencia y dormir. Al otro día, Quiroga saldrá para Santiago del Estero en misión especial. Ya no retornará; a la vuelta lo espera su destino en el pobre paraje de Barranca Yaco.
Unos días antes, los caudillos se habían encontrado en San José de Flores porque Quiroga, al ser designado para la misión pacificadora hacia las provincias del norte por el gobernador Manuel Vicente Maza, había querido conocer la opinión de Rosas, que detentaba el poder real. En la quinta de Terrero, socio de Rosas, discutieron durante dos días sobre el futuro de la Nación, la forma de conseguir la paz de las provincias del noroeste y la posibilidad de una organización nacional bajo una Constitución Federal.  Al tercero, de madrugada, Quiroga dejaba San José de Flores cuando Antonino Reyes, el asistente de Rosas, despertó a su jefe con la novedad. El estanciero bonaerense persiguió el carruaje de Quiroga y, cuando lo alcanzó, insistió en prestarle su galera personal, que tenía acondicionada para el viaje. Quiroga aprovechó para convencer a Rosas de que lo acompañara en el primer tramo.
Ya esán en la Hacienda de Figueroa. Los caudillos siguen discutiendo, pero ya no hay mucho tiempo. Al otro día, de madrugada, Quiroga partirá hacia su última misión: debe mediar entre los gobernadores belicosos de Tucumán y Salta, quienes le deben al riojano su cargo. Rosas le reitera su ofrecimiento de escolta:
-Tenga cuidado: no vaya usted a ser envuelto en esas cosas y le jueguen nuestros enemigos una mala pasada.
-Mucho le agradezco –responde Quiroga–. Pero mi persona es la mejor escolta para contener a cualquier cobarde.
Rosas permanecerá aún un par de días, dictándole a su asistente la histórica Carta de la Hacienda de Figueroa. Se supone que los chasquis alcanzarán a Quiroga con esta misiva, y que éste la utilizará en las negociaciones que llevará a cabo, como prueba de la unidad de ambos.
La carta reaparecerá en el juicio a los asesinos del riojano, según se dice manchada con su sangre. Rosas se la llevará luego de su caída a su exilio en Inglaterra. En cierta forma, si se aclararan los misterios acerca de este documento, sabríamos si efectivamente fue Rosas quien propició el asesinato de Facundo.
El poderoso estanciero bonaerense, desde su habitación en la hacienda de Figueroa ve salir su carruaje hacia San Antonio de Areco, rumbo al noroeste. Allí va Quiroga: ¿lo ve Rosas como un aliado rumbo a una difícil misión o, como en un cuento de Borges, observa cómo se aleja su galera llevando a un hombre que no lo sabe, pero ya está muerto?


2012

Por el camino polvoriento, un coche se acerca a la finca de los Figueroa.
Aquél no debe haber cambiado mucho en 180 años, es de tierra y tosca. Si antes era parte del camino real al Alto Perú, ahora es la ruta vecinal que comunica el pueblo de Azcuénaga con los pagos de Areco
Pese a que ésta ha sido declarada Monumento Histórico por la municipalidad de San Andrés de Giles, y reconocida como tal a nivel provincial, no existe apoyo estatal ni ningún plan de manejo ni conservación del lugar. Tampoco, obviamente, está prevista su apertura al público.
Don Julio Figueroa es descendiente directo del sargento mayor de milicias Tomás de Figueroa, que en 1755 compró las tierras a la familia del general Ruiz de Arellano -fundador de Areco- y creó  la estancia La Merced, que llegó a tener 20.000 hectáreas, de las que hoy subsisten sólo seis.
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Hacienda de Figueroa. Habitaciones que ocupó el General Paz.
De él y de su familia depende la conservación de este sitio histórico, que guarda parte del secreto de la Carta dictada allí por Rosas. Lo hacen con verdadero orgullo y sacrificio, y sin ayuda de nadie. Hoy día ni siquiera tienen energía eléctrica en el establecimiento:
–Acá todo es a leña –avisa Don Julio–: el horno, la estufa y el calefón.
Para dar una idea de edad de la construcción, cuenta que la parte llamada nueva, levantada  a un lado de la antigua posta, tiene unos cien años de antigüedad.
Sin embargo, todavía se utiliza la parte más vieja: ahí, en las habitaciones que sirvieron de calabozo al General Paz, cuando era traído prisionero a Luján, aún tienen su cuarto dos de sus hijas.


1835

22 de septiembre. Del lado de Santa Fé se acerca a la finca un carruaje con custodia. Los Figueroa ya saben, porque han sido avisados por chasquis, que es el General José María Paz, que es traído prisionero, y cuyo destino inmediato es el cabildo de Luján. En realidad, en esa primavera, nadie sabe cuál será finalmente el destino del militar cordobés.
Una vez capturado por los federales, el Brigadier López, de Santa Fé, no se animó a decidirse por su fusilamiento. Rosas se lo sugirió en carta privada, pero sin responsabilizarse del tema.
Paz había sido capturado mediante una boleada histórica. Se quiso adelantar con un baqueano a la vanguardia de sus tropas, pero los bandos rivales habían girado en círculo en sus posiciones de combate y, sin quererlo, se aproximó a las tropas federales. En esas condiciones fue perseguido cuando ni siquiera se decidía a escapar porque dudaba de si realmente no estaba ante sus hombres, dado que le gritaban: “párese, mi General”. Entonces, cuenta el mismo Paz,  dudó por no aparecer huyendo ante sus subordinados, y en ese momento las patas de su caballo fueron alcanzadas por un certero tiro de boleadoras, que lo hicieron caer al piso.
Asesinato de Quiroga. Pintura basada en
una litografía de la época
Lo llevaron prisionero a Santa Fé, donde obtuvo permiso para casarse con su sobrina Margarita Weild, lo que lo posicionó como yerno de su propia hermana.  Con su mujer embarazada, lo trasladaron a Luján, sin saber Paz si el traslado era debido a que finalmente se habían decidido a fusilarlo. En esas condiciones pernoctó en la Hacienda de Figueroa.
Así lo cuenta en sus Memorias: “Esa tarde llegamos a casa de un Figueroa, gran amigo de Rosas, según supe después, e inmediatamente me alojaron en una pieza aislada, donde se colocaron centinelas dobles y se tomaron todas precauciones”. Cuenta también que llegó un carretón con mujeres y que esa noche hubo en la casa una fiesta, según Paz, para mortificarlo: “vinieron a cantar a la puerta una canción de esas que acostumbran, en que no se respira sino sangre y carnicería”.
Para ese entonces, Paz ya sabe, porque se ha enterado en Santa Fé, del asesinato de Quiroga.  Según cuenta en sus memorias, “en Santa Fé fue universal el regocijo por este suceso y poco faltó para que se celebrase públicamente: Quiroga era el hombre a quien más temía Lopez, y de quien sabía que era enemigo declarado. No abrigo ningún género de duda que tuvo conocimiento anticipado, y acaso participación en su muerte. Sus relaciones con los Reinafé eran íntimas. Francisco Reinafé había estado un mes antes, había habitado en su misma casa y empleado muchos días en conferencias misteriosas”.


Acusaciones

En efecto, el Gobernador López, fue uno de los acusados de instigar el asesinato. Como se sabe, el jefe de la partida que mató a Quiroga y todas las personas de su comitiva -salvo dos que lograron ocultarse-  incluyendo a un niño, fue Santos Pérez, quien recibió órdenes de sus jefes, los hermanos Reinafé, que controlaban la provincia de Córdoba.
Luego de que en la provincia mediterránea los Reinafé intentaran quedar impunes –habían puesto al asesino al frente de la investigación- Rosas impulsó la pesquisa y, aduciendo que el delito era federal dado que el asesinado había sido enviado por su gobierno en representación de todas las provincias, promovió un juicio en Buenos Aires. Allí se demostró que los acusados eran culpables y se los condenó a muerte. En octubre de 1835 se cumplió la sentencia: fueron fusilados tres de los cuatro hermanos Reinafé –uno de ellos, Francisco, había logrado huír-, Santos Pérez y tres de los veintiocho integrantes de la partida, elegidos por sorteo. Este se lo perdió Riverito.
Ahora bien, había una cosa que el tribunal de Buenos Aires no podía hacer: condenar por estos asesinatos a Juan Manuel de Rosas, que por ser Gobernador con la Suma de Poderes, era el jefe del judicial y juez de última instancia. Por eso la duda subsistió, y la Carta de Figueroa fue y es una pieza clave de  ese rompecabezas.
Quienes acusaron a Rosas sostuvieron que en realidad Quiroga, una vez apresado el General Paz, era su principal enemigo. Dijeron que el caudillo riojano, desde su llegada a Buenos Aires se había acercado a los partidarios del unitarismo, que incluso le había ofrecido ayuda a Rivadavia, que se había convencido de la necesidad de dictar una Constitución, que podía sublevar a todas las provincias del Noroeste en contra de Buenos Aires. Pero si Quiroga era partidario de una Carta Magna, y Rosas no quería ni oír hablar del tema, iba a ser muy difícil un acuerdo entre ellos. En estos tres días de deliberaciones, previos a la despedida de ambos en la Hacienda de Figueroa, sin embargo, parecían haber llegado a cierto acuerdo, sin el cual era difícil que Facundo hubiera aceptado viajar para cumplir su misión.
Según los que acusan a Rosas del asesinato de Quiroga, este acuerdo era la concesión del bonaerense de que se iba a preparar un Congreso Constituyente. Por lo tanto, la Carta de la Hacienda de Figueroa, en la que Rosas sostenía que aún no era el momento adecuado para hacerlo, sería un documento que éste escribió traicionando lo decidido entre ambos. Algunos dijeron que fue escrito intentando una justificación histórica –algo así como una coartada-, y que por esa causa nunca fue enviado el chasqui que debía entregarla a Quiroga durante el viaje. Otros, que la carta no alcanzó a ser leída a los Gobernadores, dado que recién le fue entregada a Quiroga cuando éste estaba regresando a Buenos Aires. De cualquiera de las dos maneras, Quiroga se sentiría traicionado por Rosas, pero al caudillo bonaerense esto no podía importarle, dado que ya habría dispuesto su asesinato.
Comentaristas como Sarmiento y Vicente Fidel López expresan su convicción de que Rosas estuvo tras el homicidio. El escritor David Peña llega a la misma conclusión, basándose en un supuesto carácter apócrifo de la Carta de la Hacienda de Figueroa. Se dijo, por ejemplo, que el documento no se habría escrito allí sino con posterioridad, o que la redacción no le pertenecía al Restaurador. Cuentan que un hijo de Quiroga así lo creyó, y por eso combatió posteriormente en contra de Rosas, a las órdenes de Lavalle. También que, como surgió del proceso llevado a cabo en Buenos Aires, Santos Pérez había declarado que los Reinafé le dijeron que todo estaba arreglado con López y con Rosas.


Defensas

Los abogados históricos del Restaurador discuten la existencia del móvil: aducen que Quiroga no era una amenaza para Rosas sino un aliado, aunque tuvieran diferencias de opinión. Pero sobre todo, remarcan que no se ha encontrado ninguna prueba para afirmar su responsabilidad, más allá de presunciones. El dato no es despreciable, luego de muchos años en los que la historiografía oficial, impulsada por Sarmiento, Vicente Fidel López y Mitre, se dedicó ampliamente a acusar a Rosas de todo tipo de atrocidades, reales y ficticias.
Según el proceso judicial, la Carta de la Hacienda de Figueroa la llevaba entre sus ropas Quiroga cuando fue asesinado y estaba manchada con su sangre. Fue presentada como prueba en el juicio, y quedó luego en poder de Rosas, pero su autenticidad no queda probada con esto, ya que el mismo Rosas era una autoridad absoluta en el momento del proceso, y bien podía insertar una prueba falsa.
En 1881, fecha en la que hablar a favor de Rosas no era especialmente elegante, su antiguo asistente, Antonino Reyes, salió en su defensa. Envió al historiador Adolfo Saldías una carta en la que afirmaba que ambos generales habían acordado en la Estancia de Figueroa que “a la madrugada siguiente partiría el General Quiroga, debiendo enseguida marchar un chasque con la carta convenida del General Rozas expresando su parecer en los graves asuntos que se ventilaban y para dar más fuerza a la misión que se le había encomendado ante los gobernantes disidentes. Esa fue, pues, la carta que usted debe conocer, como todos, pues se ha publicado varias veces, y que está escrita de mi letra, siendo dictada por el General Rozas o hecho por él el borrador, allí en la misma instancia citada, y que llevó la fecha 20 de diciembre de 1834.”
La historia aún no llegó a un veredicto unánime. Por otra parte, se sabe, en Argentina la justicia tiende a ser lenta.




Bibliografía


López, Vicente Fidel. Historia Argentina. La cultura argentina. Buenos Aires. 1916

Paz, José María. Memorias póstumas, tomo 2. Almanueva. Buenos Aires 1954

Peña, David. Juan Facundo Quiroga. EUDEBA. Buenos Aires. 1968

Ramos, Jorge Abelardo. Revolución y contrarrevolución en Argentina. Del Mar Dulce. Buenos Aires. 1970

Rosa, José María.  Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires. 1973

Saldías, Adolfo. Cuando Rosas tuvo la suma del poder público. Plus Ultra. Buenos Aires. 1974

Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Peuser. Buenos Aires. 1955