miércoles, 19 de septiembre de 2012

53 esquina 1. La Plata. Casa Curutchet-Le Corbusier, en La Plata


Los buscadores de prestigio


            La única casa diseñada por Le Corbusier en Iberoamérica, actualmente utilizada por el Colegio de Arquitectos de la Provincia, está en la calle 53, justo en la principal entrada al eje cívico de La Plata desde el bosque. Fue el fruto de los afanes de un médico que estudió y vivió en esta ciudad, y del arquitecto suizo-francés Le Corbusier, definido por algunos como el Picasso de la arquitectura moderna. Para el europeo, su construcción era una muestra con la intención de convencer al peronismo para que  implementara su plan integral para el diseño de Buenos Aires. Éste incluía, entre otras cosas, aspectos del actual Puerto Madero, la Ciudad Universitaria e incluso una “aeroisla” en remplazo del aeroparque metropolitano.

            Los avatares de la realización de esta casa, única en toda Iberoamérica y que visitan todos los días los aficionados y estudiantes de arquitectura, están determinados por las particulares biografías de dos hombres: el doctor Pedro Curutchet, quien encargó la obra, y Le Corbusier, quien envió los planos desde Francia. Como se verá, en estas historias de vida, y en la historia de esta casa, intervienen personajes e instituciones tan disímiles como Victoria Ocampo, Juan Domingo Perón, la facultad de Medicina de La Plata, el comunismo soviético, el modernismo arquitectónico, el gobierno de la India o Benito Mussolini.
Frente de la casa. La fachada oculta el ventanal del consultorio.

El médico

            Pedro Curutchet era un médico que, nacido en Las Flores, se había recibido en la Universidad Nacional de La Plata. Como facultativo no encontró mucho reconocimiento en la ciudad que lo había alojado desde niño, y debió instalarse en Lobería, donde durante veinte años ejerció la actividad. A fines de los cuarenta obtuvo algún prestigio al introducir modificaciones en las técnicas operatorias de cierto tipo de quiste pulmonar. En 1948, con la publicación de un libro sobre ese tema, comenzó a vislumbrar su retorno, más bien triunfal, a la ciudad de sus años de estudiante.
            Quiso hacerlo a lo grande: le escribió nada menos que a Le Corbusier, con la intención de interesarlo para que diseñara los planos de su casa-consultorio. Ya se había asegurado de que el terreno estuviera en la principal entrada de la ciudad viniendo desde el bosque, es decir, desde la Universidad. Su intención era que el edificio fuera un símbolo y una provocación; tanto para el establishment académico de La Plata, que no lo había reconocido al principio, cuanto para el gobierno peronista, al que aborrecía por causas ideológicas y económicas. Pero: ¿Accedería Le Corbusier a considerar el encargo?

El arquitecto

            El arquitecto francés Le Corbusier había nacido en Suiza y se llamaba Charles Jeanneret-Gris. Su padre, bastante poco original en ese ámbito, trabajaba en la industria de los relojes. Charles, por su parte, comenzó sus estudios en su ciudad natal, pero luego viajó por toda Europa. A los 29 años se estableció en París, se nacionalizo francés y adoptó su famoso seudónimo, por asociación con el apellido de su abuelo materno, aunque modificándolo levemente para que, en francés, aludiera a la palabra cuervo.
            Deslumbrado por los automóviles y los aviones, proclamó que las casas debían ser “máquinas de vivir”, y se dedicó a desarrollar los principios de su arquitectura como una apuesta al futuro. Sus postulados, en su ambicioso proyecto, debían servir para orientar y mejorar la experiencia de vida de las futuras generaciones.
            En 1926 presentó los llamados “cinco puntos de la nueva arquitectura”. Utilizando la novedosa tecnología del hormigón armado en la concreción de los proyectos, estos principios eran: la planta baja sobre pilotes y liberada para el uso y estacionamiento de vehículos; la planta libre de condicionantes estructurales, basada en losas sostenidas por pilotes para que el diseñador colocara en cada piso las divisiones con total libertad; la fachada independiente, con la estructura principal retirada del cuerpo de la misma; los ventanales alargados, ocupando todo el ancho del edificio y, finalmente, la terraza jardín, para devolver a la naturaleza parte del espacio ocupado por la construcción.
Rampa hacia el consultorio. En el centro el tronco del árbol


Política

            El doctor Curutchet se había vinculado en los años 30 a alianzas anti-fascistas, que terminaron enfrentando al peronismo en la década siguiente. Ya con ese partido en el poder la política oficial de congelar los arrendamientos rurales iba a perjudicar al médico -que se había comprado unas setecientas hectáreas de campo- y a acentuar su tendencia opositora.
            Pensó entonces que levantar una casa con diseño de vanguardia iba a ser una especie de manifiesto liberal contra el gobierno peronista, al que veía como aliado del fascismo y conservador al extremo en lo formal. De esta forma, su casa-consultorio sería no sólo una provocación a la comunidad universitaria platense -dado que pretendía erigirse en una especie de academia alternativa- sino también una afrenta hacia un gobierno al que percibía como una tiranía.
            Paradójicamente, si Le Corbusier aceptó el encargo, fue precisamente porque deseaba seducir al peronismo en el poder, con el que estaba en tratativas para implementar su diseño de desarrollo integral de Buenos Aires. Es así que, ante la carta de Curutchet solicitando sus servicios, el arquitecto le remite una contestación en la que se muestra mucho más sincero que humilde, y tal vez abusa de los gerundios. Le dice que “habiendo establecido el plan de Buenos Aires en 1938-39, que está actualmente siendo considerado por el gobierno, estoy interesado en la idea de realizar en su casa una pequeña obra maestra de simplicidad, de conveniencia y de armonía”.
            Los intentos de seducción a distintos gobiernos eran una actitud necesaria  para un teórico que, como Le Corbusier, postulaba desarrollos de ciudades enteras. Esto ocasionó frecuentes confusiones acerca de su pensamiento político. Es que en realidad sus proyectos arquitectónicos tenían mayores posibilidades con aquellos gobiernos que propusieran una importante planificación estatal de la arquitectura de las ciudades. De hecho, a la vez que trataba de venderle un proyecto a Mussolini, estaba construyendo la sede de la Administración de Agricultura en la Moscú soviética.
            A Argentina había llegado en 1929 para dictar una serie de conferencias. Obviamente que en el puerto lo esperaba Victoria Ocampo, a quien intentó venderle un par de proyectos (un pequeño rascacielos y un departamento con piscina incorporada) que no llegaron a concretarse. En Francia ya lo habían visitado algunos de los argentinos millonarios, entre ellos Ricardo Güiraldes, que asolaban París a principios de siglo, y se había tentado con el brillante porvenir que representaba el granero del mundo ante una Europa hundida en sus guerras.
            Para Le Corbusier, Buenos Aires tenía que verse desde el río como una hilera de torres vidriadas –“la ciudad de los negocios”- desplazadas hacia el sur del centro porteño. La idea era revitalizar la zona del Riachuelo y vincularla con Avellaneda. Otras propuestas eran: una autopista norte-sur, una de circunvalación –la actual General Paz-, la instalación de un aeropuerto sobre el río –que se intentó llevar a cabo en los noventa, bajo el nombre de “aeroisla”-, la Ciudad Universitaria y un puerto en Avellaneda, que hoy también existe con el nombre de Terminal Exolgan.
            Pero los avatares de la crisis económica internacional y de la política argentina impidieron que los planes se llevaran a cabo. Le Corbusier se dedicó a otros asuntos, delegando el proyecto argentino en sus discípulos. Los principales fueron el catalán Antonio Bonet y los argentinos Kurchan y Ferrari Hardoy, que en Buenos Aires conformaron el Grupo Austral como herramienta para difundir la arquitectura moderna. Juntos diseñaron la silla BKF, bautizada con las iniciales de los tres, que tuvo su prestigio en el ámbito del diseño internacional, especialmente en los Estados Unidos.
            Estos representantes de Le Corbusier en Buenos Aires estuvieron a punto, a fines de los cuarenta, de concretar el proyecto para la ciudad. Fue cuando un amigo de Ferrari Hardoy asumió como Secretario de Obras Públicas de la Municipalidad. Entonces las propuestas del francés volvieron a tenerse en cuenta. Y aunque resultó que al final de la evaluación el funcionario peronista no aceptó que Buenos Aires fuera planificada por un extranjero, esta expectativa sirvió para que Le Corbusier accediera a diseñar la casa de Curutchet, como una manera de mostrar una obra en Argentina y su disposición a trabajar en el país.
            Pero el proyecto no iba a realizarse, y la frustración de los planes porteños enojó al francés y lo distanció de los arquitectos del Grupo Austral, a los que llegó a tratar de “traidores” y “pobres diablos”. Sin embargo, una buena noticia le llegaba desde Asia: el nuevo gobierno de la India lo contrataba para diseñar integralmente la ciudad de Chandigarh, capital de dos estados en ese país. El proyecto indio ocupó todo su tiempo y empeño desde 1951 hasta su muerte en 1965.

La arquitectura de la casa Curutchet

            Mientras tanto, en La Plata, el médico se la pasó disputando con los arquitectos encargados de la realización de las obras según los planos de Le Corbusier, quien había sugerido a los del Grupo Austral o a Amancio Williams.
            Curutchet eligió a este último, hijo del músico Alberto Williams y bisnieto de Amancio Alcorta, pero al tiempo lo despidió. Lo mismo le ocurrió a su sucesor. La construcción se demoraba, la casa tenía goteras, los caños perdían agua.
            Sin embargo, en esa pequeña casa de La Plata, se lograron plasmar los cinco principios fundamentales del teórico francés.
            Como puede entreverse en la película argentina El hombre de al lado, filmada en la casa, la planta baja queda libre y se accede al primer piso por medio de una rampa. Este primer piso se divide en dos cuerpos: al frente el consultorio, al fondo un hall con las escaleras para subir a la vivienda, que se halla en los dos pisos superiores. En el segundo está la cocina, el comedor y el estar, mientras que en el tercero se encuentran los dormitorios y el escritorio. A su vez, la terraza del consultorio, en el primer cuerpo, se transforma en un jardín-terraza, al que se accede desde el segundo piso de la vivienda. De esta forma cumple con otro principio: devolver a la naturaleza un espacio verde, en compensación del utilizado para la construcción.
Además, todo el frente del consultorio está ocupado por enormes ventanales (otro de sus principios), pero esto no se ve desde el exterior ya que la fachada, compuesta por un brise-soleil que enmarca el paisaje y protege del sol, oculta además el ventanal de la vista de los observadores externos. Cumple de esta forma con otro postulado, que es el que sostiene que la fachada debe ser independiente de la estructura del edificio.
Plano del segundo piso
Además, la casa cuenta con un árbol que ocupa el centro de la misma, entre los dos cuerpos, y brinda sombra a la terraza-jardín.

            La residencia pudo ser habitada recién en 1954, pero las dificultades y refacciones siguieron aún por algunos años. Pese a todo, Curutchet quedó conforme. En 1957 le escribió al arquitecto francés:
            “El público general –le cuenta en su carta- va comprendiendo cada vez más esta obra que a muchos les pareció tan extraña al principio. Esta es ‘la casa de Le Corbusier’; me honra ser el propietario. Así lo digo y quiero que se repita. Ud. puede hacer cualquier indicación que será cumplida y agradecida. Es y seguirá siendo su casa”.


Bibliografía

Casa Curutchet.net. Sitio web

Colegio de arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Sitio web, disponible en http://www.capba.org.ar/curutchet/casa-curutchet-presentacion.htm

Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Crítica. Buenos Aires. 1998

Liernur, Jorge (y otro). La red austral. Obras y proyectos de Le Corbusier y sus discípulos en Argentina (1929-1964). UNQUI. Buenos Aires. 2009

viernes, 14 de septiembre de 2012

Las manifestaciones espontáneas


Los eventos son, por definición, acontecimientos imprevistos. Existen empresas que dicen que los organizan, pero esto no parece posible, pues se cae en una paradoja. La misma dificultad se encuentra en la organización de manifestaciones espontáneas. Había un grafitti que decía que pelear por la paz es como coger por la virginidad.
Por otra parte, cabe sin embargo relativizar esta cualidad de la espontaneidad. Es muy difícil decidir qué es lo espontáneo, o si tiene mucho sentido proclamar tal cosa. 
Por ejemplo, una manifestación de una sola persona, puede no ser espontánea, sino planeada. Tal ocurre con los asesinatos, cuando son premeditados. Existe ahí una meditación previa. Lo espontáneo entonces, sería algo no meditado previamente. Y estamos hablando de una sola persona. Imaginemos cómo sería que miles de personas logren coincidir en una manifestación sin mediar una organización previa. Imposible.
Si no me cree, haga el siguiente experimento: primero, cite a una persona X en un lugar A a una hora Y. Segundo, concurra al lugar A a la hora Y. Tercero, al encontrarse con X dígale: qué sorpresa verte por acá. Cuarto, verifique la reacción de X.
Pero la espontaneidad se puede cuestionar aún más, dado que depende de la voluntad y la voluntad depende, como bien dijo Freud, de nuestro inconsciente. Por lo tanto, ni siquiera es pertinente cuestionar en fútbol si una mano fue intencional. ¿Cómo podemos saber si lo fue o no? Tal vez no lo fue concientemente, pero puede haber, detrás de cada pelota tocada con la mano, motivos subyacentes que ni el propio jugador conoce y mucho menos, digamos, Guillermo Nimo o Biscay o Lamolina.