Hacienda
de Figueroa. El general Quiroga va en coche al muere
Cerca del pequeño pueblo de Azcuénaga,
en el partido de San Andrés de Giles, a la vera del antiguo camino al Alto
Perú, subsiste la histórica finca de los Figueroa, habitada por descendientes
de esa misma familia durante los últimos doscientos cincuenta años. Esta
estancia, utilizada como posta en el camino, fue testigo de la despedida final
de Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas. Allí, luego de marcharse el riojano,
el Restaurador redactó su más importante documento político, que también es
pieza clave para desentrañar la gran pregunta acerca del asesinato de Facundo: ¿Fue Rosas quien ordenó
su muerte?
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
Jorge
Luis Borges
1834
17 de
diciembre. Anochece. Por el polvoriento camino al Alto Perú, desde Luján, se
acercan a la finca dos carruajes custodiados por milicias. Los Figueroa
reconocen la galera de Juan Manuel de Rosas; de ella ven descender al General
Juan Facundo Quiroga. En la segunda, que pertenece al riojano, se deja ver el
hombre fuerte de Buenos Aires. Apenas tienen los dos jefes unos instantes para seguir con la conferencia y dormir. Al
otro día, Quiroga saldrá para Santiago del Estero en misión especial. Ya no retornará;
a la vuelta lo espera su destino en el pobre paraje de Barranca Yaco.
Unos
días antes, los caudillos se habían encontrado en San José de Flores porque
Quiroga, al ser designado para la misión pacificadora hacia las provincias del
norte por el gobernador Manuel Vicente Maza, había querido conocer la opinión
de Rosas, que detentaba el poder real. En la quinta de Terrero, socio de Rosas,
discutieron durante dos días sobre el futuro de la Nación, la forma de conseguir
la paz de las provincias del noroeste y la posibilidad de una organización
nacional bajo una Constitución Federal. Al tercero, de madrugada, Quiroga dejaba San
José de Flores cuando Antonino Reyes, el asistente de Rosas, despertó a su jefe
con la novedad. El estanciero bonaerense persiguió el carruaje de Quiroga y,
cuando lo alcanzó, insistió en prestarle su galera personal, que tenía acondicionada
para el viaje. Quiroga aprovechó para convencer a Rosas de que lo acompañara en
el primer tramo.
Ya esán en la Hacienda de Figueroa. Los caudillos siguen discutiendo, pero ya no hay mucho tiempo.
Al otro día, de madrugada, Quiroga partirá hacia su última misión: debe mediar
entre los gobernadores belicosos de Tucumán y Salta, quienes le deben al
riojano su cargo. Rosas le reitera su ofrecimiento de escolta:
-Tenga
cuidado: no vaya usted a ser envuelto en esas cosas y le jueguen nuestros
enemigos una mala pasada.
-Mucho
le agradezco –responde Quiroga–. Pero mi persona es la mejor escolta para
contener a cualquier cobarde.
Rosas
permanecerá aún un par de días, dictándole a su asistente la histórica Carta de
la Hacienda de Figueroa. Se supone que los chasquis alcanzarán a Quiroga con
esta misiva, y que éste la utilizará en las negociaciones que llevará a cabo,
como prueba de la unidad de ambos.
La
carta reaparecerá en el juicio a los asesinos del riojano, según se dice
manchada con su sangre. Rosas se la llevará luego de su caída a su exilio en
Inglaterra. En cierta forma, si se aclararan los misterios acerca de este
documento, sabríamos si efectivamente fue Rosas quien propició el asesinato de
Facundo.
El poderoso
estanciero bonaerense, desde su habitación en la hacienda de Figueroa ve salir
su carruaje hacia San Antonio de Areco, rumbo al noroeste. Allí va Quiroga: ¿lo
ve Rosas como un aliado rumbo a una difícil misión o, como en un cuento de
Borges, observa cómo se aleja su galera llevando a un hombre que no lo sabe,
pero ya está muerto?
2012
Por el
camino polvoriento, un coche se acerca a la finca de los Figueroa.
Aquél
no debe haber cambiado mucho en 180 años, es de tierra y tosca. Si antes era
parte del camino real al Alto Perú, ahora es la ruta vecinal que comunica el
pueblo de Azcuénaga con los pagos de Areco
Pese a
que ésta ha sido declarada Monumento Histórico por la municipalidad de San
Andrés de Giles, y reconocida como tal a nivel provincial, no existe apoyo
estatal ni ningún plan de manejo ni conservación del lugar. Tampoco,
obviamente, está prevista su apertura al público.
Don Julio
Figueroa es descendiente directo del sargento mayor de milicias Tomás de
Figueroa, que en 1755 compró las tierras a la familia del general Ruiz de
Arellano -fundador de Areco- y creó la
estancia La Merced, que llegó a tener 20.000 hectáreas, de las que hoy
subsisten sólo seis.
Hacienda de Figueroa. Habitaciones que ocupó el General Paz. |
De él
y de su familia depende la conservación de este sitio histórico, que guarda
parte del secreto de la Carta dictada allí por Rosas. Lo hacen con verdadero
orgullo y sacrificio, y sin ayuda de nadie. Hoy día ni siquiera tienen energía
eléctrica en el establecimiento:
–Acá
todo es a leña –avisa Don Julio–: el horno, la estufa y el calefón.
Para
dar una idea de edad de la construcción, cuenta que la parte llamada nueva, levantada
a un lado de la antigua posta, tiene
unos cien años de antigüedad.
Sin
embargo, todavía se utiliza la parte más vieja: ahí, en las habitaciones que
sirvieron de calabozo al General Paz, cuando era traído prisionero a Luján, aún
tienen su cuarto dos de sus hijas.
1835
22 de
septiembre. Del lado de Santa Fé se acerca a la finca un carruaje con custodia.
Los Figueroa ya saben, porque han sido avisados por chasquis, que es el General
José María Paz, que es traído prisionero, y cuyo destino inmediato es el
cabildo de Luján. En realidad, en esa primavera, nadie sabe cuál será
finalmente el destino del militar cordobés.
Una
vez capturado por los federales, el Brigadier López, de Santa Fé, no se animó a
decidirse por su fusilamiento. Rosas se lo sugirió en carta privada, pero sin
responsabilizarse del tema.
Paz
había sido capturado mediante una boleada histórica. Se quiso adelantar con un
baqueano a la vanguardia de sus tropas, pero los bandos rivales habían girado
en círculo en sus posiciones de combate y, sin quererlo, se aproximó a las
tropas federales. En esas condiciones fue perseguido cuando ni siquiera se
decidía a escapar porque dudaba de si realmente no estaba ante sus hombres,
dado que le gritaban: “párese, mi General”. Entonces, cuenta el mismo Paz, dudó por no aparecer huyendo ante sus subordinados,
y en ese momento las patas de su caballo fueron alcanzadas por un certero tiro
de boleadoras, que lo hicieron caer al piso.
Asesinato de Quiroga. Pintura basada en una litografía de la época |
Lo
llevaron prisionero a Santa Fé, donde obtuvo permiso para casarse con su
sobrina Margarita Weild, lo que lo posicionó como yerno de su propia hermana. Con su mujer embarazada, lo trasladaron a
Luján, sin saber Paz si el traslado era debido a que finalmente se habían
decidido a fusilarlo. En esas condiciones pernoctó en la Hacienda de Figueroa.
Así lo
cuenta en sus Memorias: “Esa tarde llegamos a casa de un Figueroa, gran amigo
de Rosas, según supe después, e inmediatamente me alojaron en una pieza
aislada, donde se colocaron centinelas dobles y se tomaron todas precauciones”.
Cuenta también que llegó un carretón con mujeres y que esa noche hubo en la
casa una fiesta, según Paz, para mortificarlo: “vinieron a cantar a la puerta
una canción de esas que acostumbran, en que no se respira sino sangre y
carnicería”.
Para
ese entonces, Paz ya sabe, porque se ha enterado en Santa Fé, del asesinato de
Quiroga. Según cuenta en sus memorias, “en
Santa Fé fue universal el regocijo por este suceso y poco faltó para que se
celebrase públicamente: Quiroga era el hombre a quien más temía Lopez, y de
quien sabía que era enemigo declarado. No abrigo ningún género de duda que tuvo
conocimiento anticipado, y acaso participación en su muerte. Sus relaciones con
los Reinafé eran íntimas. Francisco Reinafé había estado un mes antes, había
habitado en su misma casa y empleado muchos días en conferencias misteriosas”.
Acusaciones
En
efecto, el Gobernador López, fue uno de los acusados de instigar el asesinato.
Como se sabe, el jefe de la partida que mató a Quiroga y todas las personas de
su comitiva -salvo dos que lograron ocultarse- incluyendo a un niño, fue Santos Pérez, quien
recibió órdenes de sus jefes, los hermanos Reinafé, que controlaban la
provincia de Córdoba.
Luego
de que en la provincia mediterránea los Reinafé intentaran quedar impunes
–habían puesto al asesino al frente de la investigación- Rosas impulsó la pesquisa
y, aduciendo que el delito era federal dado que el asesinado había sido enviado
por su gobierno en representación de todas las provincias, promovió un juicio
en Buenos Aires. Allí se demostró que los acusados eran culpables y se los condenó
a muerte. En octubre de 1835 se cumplió la sentencia: fueron fusilados tres de
los cuatro hermanos Reinafé –uno de ellos, Francisco, había logrado huír-, Santos
Pérez y tres de los veintiocho integrantes de la partida, elegidos por sorteo.
Este se lo perdió Riverito.
Ahora
bien, había una cosa que el tribunal de Buenos Aires no podía hacer: condenar
por estos asesinatos a Juan Manuel de Rosas, que por ser Gobernador con la Suma
de Poderes, era el jefe del judicial y juez de última instancia. Por eso la
duda subsistió, y la Carta de Figueroa fue y es una pieza clave de ese rompecabezas.
Quienes
acusaron a Rosas sostuvieron que en realidad Quiroga, una vez apresado el
General Paz, era su principal enemigo. Dijeron que el caudillo riojano, desde
su llegada a Buenos Aires se había acercado a los partidarios del unitarismo,
que incluso le había ofrecido ayuda a Rivadavia, que se había convencido de la
necesidad de dictar una Constitución, que podía sublevar a todas las provincias
del Noroeste en contra de Buenos Aires. Pero si Quiroga era partidario de una
Carta Magna, y Rosas no quería ni oír hablar del tema, iba a ser muy difícil un
acuerdo entre ellos. En estos tres días de deliberaciones, previos a la
despedida de ambos en la Hacienda de Figueroa, sin embargo, parecían haber
llegado a cierto acuerdo, sin el cual era difícil que Facundo hubiera aceptado viajar
para cumplir su misión.
Según
los que acusan a Rosas del asesinato de Quiroga, este acuerdo era la concesión
del bonaerense de que se iba a preparar un Congreso Constituyente. Por lo
tanto, la Carta de la Hacienda de Figueroa, en la que Rosas sostenía que aún no
era el momento adecuado para hacerlo, sería un documento que éste escribió
traicionando lo decidido entre ambos. Algunos dijeron que fue escrito
intentando una justificación histórica –algo así como una coartada-, y que por
esa causa nunca fue enviado el chasqui que debía entregarla a Quiroga durante
el viaje. Otros, que la carta no alcanzó a ser leída a los Gobernadores, dado
que recién le fue entregada a Quiroga cuando éste estaba regresando a Buenos
Aires. De cualquiera de las dos maneras, Quiroga se sentiría traicionado por
Rosas, pero al caudillo bonaerense esto no podía importarle, dado que ya habría
dispuesto su asesinato.
Comentaristas
como Sarmiento y Vicente Fidel López expresan su convicción de que Rosas estuvo
tras el homicidio. El escritor David Peña llega a la misma conclusión,
basándose en un supuesto carácter apócrifo de la Carta de la Hacienda de
Figueroa. Se dijo, por ejemplo, que el documento no se habría escrito allí sino
con posterioridad, o que la redacción no le pertenecía al Restaurador. Cuentan
que un hijo de Quiroga así lo creyó, y por eso combatió posteriormente en
contra de Rosas, a las órdenes de Lavalle. También que, como surgió del proceso
llevado a cabo en Buenos Aires, Santos Pérez había declarado que los Reinafé le
dijeron que todo estaba arreglado con López y con Rosas.
Defensas
Los
abogados históricos del Restaurador discuten la existencia del móvil: aducen
que Quiroga no era una amenaza para Rosas sino un aliado, aunque tuvieran
diferencias de opinión. Pero sobre todo, remarcan que no se ha encontrado
ninguna prueba para afirmar su responsabilidad, más allá de presunciones. El
dato no es despreciable, luego de muchos años en los que la historiografía
oficial, impulsada por Sarmiento, Vicente Fidel López y Mitre, se dedicó
ampliamente a acusar a Rosas de todo tipo de atrocidades, reales y ficticias.
Según
el proceso judicial, la Carta de la Hacienda de Figueroa la llevaba entre sus
ropas Quiroga cuando fue asesinado y estaba manchada con su sangre. Fue
presentada como prueba en el juicio, y quedó luego en poder de Rosas, pero su
autenticidad no queda probada con esto, ya que el mismo Rosas era una autoridad
absoluta en el momento del proceso, y bien podía insertar una prueba falsa.
En
1881, fecha en la que hablar a favor de Rosas no era especialmente elegante, su
antiguo asistente, Antonino Reyes, salió en su defensa. Envió al historiador
Adolfo Saldías una carta en la que afirmaba que ambos generales habían acordado
en la Estancia de Figueroa que “a la madrugada siguiente partiría el General
Quiroga, debiendo enseguida marchar un chasque con la carta convenida del
General Rozas expresando su parecer en los graves asuntos que se ventilaban y
para dar más fuerza a la misión que se le había encomendado ante los
gobernantes disidentes. Esa fue, pues, la carta que usted debe conocer, como
todos, pues se ha publicado varias veces, y que está escrita de mi letra,
siendo dictada por el General Rozas o hecho por él el borrador, allí en la
misma instancia citada, y que llevó la fecha 20 de diciembre de 1834.”
La
historia aún no llegó a un veredicto unánime. Por otra parte, se sabe, en
Argentina la justicia tiende a ser lenta.
Bibliografía
López, Vicente Fidel. Historia Argentina. La cultura argentina. Buenos Aires. 1916
Paz, José María. Memorias
póstumas, tomo 2. Almanueva. Buenos Aires 1954
Peña, David. Juan
Facundo Quiroga. EUDEBA. Buenos Aires. 1968
Ramos, Jorge Abelardo. Revolución y contrarrevolución en Argentina. Del Mar Dulce. Buenos
Aires. 1970
Rosa, José María.
Historia Argentina, tomo 2.
Claridad. Buenos Aires. 1973
Saldías, Adolfo. Cuando
Rosas tuvo la suma del poder público. Plus Ultra. Buenos Aires. 1974
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Peuser. Buenos Aires. 1955