miércoles, 31 de octubre de 2012

Boca de la Sierra, partido de Azul



Un malón de chatarra en el valle


En el bello paraje de Boca de la Sierra una notable obra del artista Carlos Regazzoni evoca los enfrentamientos entre cristianos y tribus de esa zona de frontera que fue el Azul desde su fundación hasta la culminación de la llamada conquista del desierto, en 1879.

Desde la fundación del Fuerte Federación en 1832, el país Azul fue lugar de contacto de la tribu del cacique Catriel con los cristianos que allí se establecieron. Durante varias décadas se produjo en la zona un intercambio cultural, económico y político entre ambos grupos.  La impactante obra “El Malón”, de Carlos Regazzoni, emplazada en el paraje Boca de la Sierra, hace referencia a un aspecto de esas relaciones: la guerra, que como se sabe no es más que la continuación de la política por otros medios.
Para ver esta obra, erigida a base de chatarra, hay que tomar desde Azul la Ruta Nacional 226 en dirección a Tandil y desviarse en la provincial 30, la misma que lleva al Monasterio de los Monjes Trapenses. Una vez que se llega al flamante parador Boca de la Sierra, en el lugar en que comienza el cordón del Azul, perteneciente al sistema de Tandilia, se distingue  este conjunto escultórico, que sorprende por su calidad y por su ubicación, tan apartada de los centros poblados.
Representa una batalla entre indios y cristianos.  A medida que uno se acerca al  pequeño valle entre las sierras, a lo lejos,  se vislumbra una pelea de soldados de línea con sus uniformes azules y sus fusiles, contra indios que arremeten con sus lanzas. Hay escenas de violencia, degüello, caballos de carga, otros animales que huyen espantados, un cañón. Pero visto de más cerca lo que llama la atención son los detalles. Sorprende sobre todo reconocer los materiales utilizados. Se distingue entonces que las crenchas al viento del indio amenazante que se alza sobre su caballo,  son en realidad  burletes de automóviles. Allí se descubren escapes de motos, cuadros de bicicletas, engranajes que son ojos, pernos que son los dedos de los pies que asoman de las botas de potro que utilizaban ambos bandos.

El Azul de Catriel y la Gran Invasión

Probablemente la obra de Regazzoni esté inspirada en la gran invasión de 1875, durante la cual la ciudad de Azul fue sitiada por los indios de Catriel y Namuncurá.

La dinastía de los Catriel era un grupo de los entonces llamados Pampas,  asimilados a la cultura araucana y también influenciados por los cristianos con los que compartían la frontera sur. Desde la Fundación del Fuerte Federación –antecedente de la ciudad de Azul- en los tiempos de Rosas, la tribu de Juan Manuel Catriel -cuyo nombre ya está influido por la cultura de los blancos, y coincide con el del Restaurador- tuvo estrechas relaciones con los gobiernos de Buenos Aires.  Asociados al cacique Calfulcurá, que dominaba desde las Salinas Grandes, fueron beneficiarios del reparto de víveres que el gobernador había acordado con aquél.
Luego de la caída de Rosas esta paz se desmoronó y se reiniciaron  los malones. En 1855, junto con Cachul y Calfulcurá, Catriel derrotó al ejército del entonces joven General Mitre en la batalla de Sierra Chica, y desde esta demostración de fuerza los gobiernos buscaron su amistad para enfrentar a otras tribus más belicosas.

Luego de la muerte del cacique, su hijo Cipriano Catriel asumió el mando de su grupo y se acercó a Mitre. En 1872 combatieron junto a las tropas cristianas, y derrotaron por primera vez al temido Calfulcurá, pero en 1874 el éxito no los acompañó: participaron en apoyo de Mitre en su intento de revolución contra la elección de Nicolás Avellaneda como presidente, pero lo que parecía una segura victoria se transformó en capitulación y la tribu fue abandonada a las tropas leales del presidente electo. Entonces, un parlamento condenó a muerte a Cipriano, su cacique, acusándolo de traición por conducirlos a este fracaso y por haber enfrentado a Calfucurá.  Quien encabezó el cumplimiento de la sentencia fue su hermano Juan José Catriel, que tomó desde entonces el mando de la tribu.
Durante su liderazgo fue que se llevó a cabo la gran invasión, lanzada a finales de 1875, que iba a ser la última imponente reacción de los guerreros pampeanos. En ella los catrieleros se unieron a Namuncurá -heredero de Calfulcurá-, Pincén, Reuquecurá, Purrán y Carupancurá, atacando Alvear, Tapalqué, Azul y Tandil.
Esta participación de Catriel en la invasión general fue sorpresiva para los militares, que lo contaban como aliado dado que, establecidos en las afueras de Azul, los catrieleros eran aparentemente amigos del gobierno. Durante la gestión de Adolfo Alsina como ministro de guerra del presidente Avellaneda,  les ofrecieron nuevas tierras unas leguas al oeste, hacia donde la frontera se estaba expandiendo. Las negociaciones marchaban bien hasta que los catrieleros divisaron a los agrimensores. Estos personajes, sus instrumentos de medición y sus operaciones diabólicas eran objeto del más profundo odio por parte de los indios. Su presencia siempre anunciaba desgracia, siempre antecedía a la pérdida de su territorio. Desde entonces, si bien siguieron en negociaciones con los blancos, secretamente se pusieron de acuerdo con Namuncurá. Iban a librar su última batalla.
Esta invasión general se produjo el 26 de diciembre de 1875. Su frente se extendió desde Tres Arroyos hasta Alvear. Alfredo Ebelot, ingeniero francés contratado por Alsina para trabajar en el diseño de su sistema de defensa, nos cuenta que “para dar ese gran golpe, el desierto había puesto en pie no menos de 5.000 lanzas”. En Tandil murieron 400 vecinos, se llevaron 500 cautivos y arriaron 300.000 animales. Azul fue sitiada, de allí se levaron 200.000 cabezas de ganado y 4.000 caballos. Los fortines fueron arrasados.


Pero la respuesta fue también tremenda. El 1º de enero, Catriel y Namuncurá fueron vencidos en el combate de Laguna de la Tigra, todas las naciones indias, hostigadas. Al mismo tiempo la frontera se trasladaba hacia el oeste y el ejército se integraba con profesionales en lugar de los gauchos que habían sido reclutados por la fuerza. Los indios, alejados hacia el desierto, ya no podían llevar a cabo sus invasiones ya que su objetivo les quedaba demasiado lejos. La zanja de Alsina impidió aún más el arreo de ganado hacia el oeste. El fusil Remington y el telégrafo hicieron el resto. Según Sarmiento, la expedición del General Roca, que salió desde Azul, adonde arribó en tren, no fue más que “un paseo en carruaje”.
Pese a que existen en  Azul descendientes de los catrieleros reivindicando parte del territorio, ya no tienen el mismo poder e importancia política que llegaron a detentar, ni son un grupo influyente en la actualidad. Pero en las palabras quedan indicios de este pasado. Por empezar, el nombre de la ciudad es el que los indios le habían dado a la región, traducido del araucano. El nombre del arroyo que lo atraviesa, es también la traducción del nombre original: calvú Leuvú (agua azul). Su costanera hoy se llama Cacique Catriel  (¿Cuál de ellos será: Juan Manuel, Cipriano, Juan José?). En la margen izquierda subsite el barrio Fidelidad, cuyo nombre recuerda la convivencia de los catrieleros y cristianos. En su Museo Etnográfico se exhibe una muy importante colección de platería mapuche.
En Boca de la Sierra, la obra El Malón también se suma a la evocación de la historia del país Azul.

Regazzoni en Azul

Carlos Regazzoni, artista nacido en Comodoro Rivadavia, consiguió fama y prestigio por sus instalaciones, que normalmente compone con materiales industriales en desuso. Trabajó mucho con elementos desechados por los ferrocarriles e instaló su estudio en un depósito de los mismos, cerca de la terminal de Retiro, en Buenos Aires. Su prestigio como artista creció en el país y en Europa, especialmente en Francia, en donde posee un castillo barroco. Sus esculturas fueron elogiadas por exigentes críticos de arte. Madonna le compró una obra.
Cuando en 2007 la ciudad de Azul fue declarada Ciudad Cervantina por la UNESCO, debido a la colección de Quijotes que atesora, su Municipalidad contrató a Regazzoni para que instalara en un paseo público una escultura de Don Quijote. El grupo escultórico está frente a la costanera Cacique Catriel, e incluye al hidalgo montado en Rocinante, junto con Sancho Panza, Dulcinea y hasta el perro.
Debido al éxito de este trabajo, las autoridades le encargaron una segunda obra. Esta fue El Malón, que está emplazada en Boca de la Sierra. De todas formas, la relación del artista con los políticos locales fue pésima. Se instaló en este paraje y fue acusado de tomar para sí propiedades privadas –lo que incluía un sector perteneciente a Fabricaciones Militares, empresa que donó el lugar para que se construyera el parador- y de maltratar a los vecinos que se quejaban de sus actividades en el lugar.
Seguramente cautivado por la paz y belleza del paisaje, el artista intentó establecerse, pero las constantes peleas con vecinos y políticos, lo disuadieron.
Por suerte quedó su obra.




Bibliografía




Archivo Mitre. Buenos Aires


Ebelot, Alfredo. Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras. Plus Ultra. Buenos Aires. 1968.


Rosa, José María. Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires. 1973.


Yunque, Alvaro. Calfulcurá. La conquista de las pampas. Ediciones Zamora. Buenos Aires. 1956.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

53 esquina 1. La Plata. Casa Curutchet-Le Corbusier, en La Plata


Los buscadores de prestigio


            La única casa diseñada por Le Corbusier en Iberoamérica, actualmente utilizada por el Colegio de Arquitectos de la Provincia, está en la calle 53, justo en la principal entrada al eje cívico de La Plata desde el bosque. Fue el fruto de los afanes de un médico que estudió y vivió en esta ciudad, y del arquitecto suizo-francés Le Corbusier, definido por algunos como el Picasso de la arquitectura moderna. Para el europeo, su construcción era una muestra con la intención de convencer al peronismo para que  implementara su plan integral para el diseño de Buenos Aires. Éste incluía, entre otras cosas, aspectos del actual Puerto Madero, la Ciudad Universitaria e incluso una “aeroisla” en remplazo del aeroparque metropolitano.

            Los avatares de la realización de esta casa, única en toda Iberoamérica y que visitan todos los días los aficionados y estudiantes de arquitectura, están determinados por las particulares biografías de dos hombres: el doctor Pedro Curutchet, quien encargó la obra, y Le Corbusier, quien envió los planos desde Francia. Como se verá, en estas historias de vida, y en la historia de esta casa, intervienen personajes e instituciones tan disímiles como Victoria Ocampo, Juan Domingo Perón, la facultad de Medicina de La Plata, el comunismo soviético, el modernismo arquitectónico, el gobierno de la India o Benito Mussolini.
Frente de la casa. La fachada oculta el ventanal del consultorio.

El médico

            Pedro Curutchet era un médico que, nacido en Las Flores, se había recibido en la Universidad Nacional de La Plata. Como facultativo no encontró mucho reconocimiento en la ciudad que lo había alojado desde niño, y debió instalarse en Lobería, donde durante veinte años ejerció la actividad. A fines de los cuarenta obtuvo algún prestigio al introducir modificaciones en las técnicas operatorias de cierto tipo de quiste pulmonar. En 1948, con la publicación de un libro sobre ese tema, comenzó a vislumbrar su retorno, más bien triunfal, a la ciudad de sus años de estudiante.
            Quiso hacerlo a lo grande: le escribió nada menos que a Le Corbusier, con la intención de interesarlo para que diseñara los planos de su casa-consultorio. Ya se había asegurado de que el terreno estuviera en la principal entrada de la ciudad viniendo desde el bosque, es decir, desde la Universidad. Su intención era que el edificio fuera un símbolo y una provocación; tanto para el establishment académico de La Plata, que no lo había reconocido al principio, cuanto para el gobierno peronista, al que aborrecía por causas ideológicas y económicas. Pero: ¿Accedería Le Corbusier a considerar el encargo?

El arquitecto

            El arquitecto francés Le Corbusier había nacido en Suiza y se llamaba Charles Jeanneret-Gris. Su padre, bastante poco original en ese ámbito, trabajaba en la industria de los relojes. Charles, por su parte, comenzó sus estudios en su ciudad natal, pero luego viajó por toda Europa. A los 29 años se estableció en París, se nacionalizo francés y adoptó su famoso seudónimo, por asociación con el apellido de su abuelo materno, aunque modificándolo levemente para que, en francés, aludiera a la palabra cuervo.
            Deslumbrado por los automóviles y los aviones, proclamó que las casas debían ser “máquinas de vivir”, y se dedicó a desarrollar los principios de su arquitectura como una apuesta al futuro. Sus postulados, en su ambicioso proyecto, debían servir para orientar y mejorar la experiencia de vida de las futuras generaciones.
            En 1926 presentó los llamados “cinco puntos de la nueva arquitectura”. Utilizando la novedosa tecnología del hormigón armado en la concreción de los proyectos, estos principios eran: la planta baja sobre pilotes y liberada para el uso y estacionamiento de vehículos; la planta libre de condicionantes estructurales, basada en losas sostenidas por pilotes para que el diseñador colocara en cada piso las divisiones con total libertad; la fachada independiente, con la estructura principal retirada del cuerpo de la misma; los ventanales alargados, ocupando todo el ancho del edificio y, finalmente, la terraza jardín, para devolver a la naturaleza parte del espacio ocupado por la construcción.
Rampa hacia el consultorio. En el centro el tronco del árbol


Política

            El doctor Curutchet se había vinculado en los años 30 a alianzas anti-fascistas, que terminaron enfrentando al peronismo en la década siguiente. Ya con ese partido en el poder la política oficial de congelar los arrendamientos rurales iba a perjudicar al médico -que se había comprado unas setecientas hectáreas de campo- y a acentuar su tendencia opositora.
            Pensó entonces que levantar una casa con diseño de vanguardia iba a ser una especie de manifiesto liberal contra el gobierno peronista, al que veía como aliado del fascismo y conservador al extremo en lo formal. De esta forma, su casa-consultorio sería no sólo una provocación a la comunidad universitaria platense -dado que pretendía erigirse en una especie de academia alternativa- sino también una afrenta hacia un gobierno al que percibía como una tiranía.
            Paradójicamente, si Le Corbusier aceptó el encargo, fue precisamente porque deseaba seducir al peronismo en el poder, con el que estaba en tratativas para implementar su diseño de desarrollo integral de Buenos Aires. Es así que, ante la carta de Curutchet solicitando sus servicios, el arquitecto le remite una contestación en la que se muestra mucho más sincero que humilde, y tal vez abusa de los gerundios. Le dice que “habiendo establecido el plan de Buenos Aires en 1938-39, que está actualmente siendo considerado por el gobierno, estoy interesado en la idea de realizar en su casa una pequeña obra maestra de simplicidad, de conveniencia y de armonía”.
            Los intentos de seducción a distintos gobiernos eran una actitud necesaria  para un teórico que, como Le Corbusier, postulaba desarrollos de ciudades enteras. Esto ocasionó frecuentes confusiones acerca de su pensamiento político. Es que en realidad sus proyectos arquitectónicos tenían mayores posibilidades con aquellos gobiernos que propusieran una importante planificación estatal de la arquitectura de las ciudades. De hecho, a la vez que trataba de venderle un proyecto a Mussolini, estaba construyendo la sede de la Administración de Agricultura en la Moscú soviética.
            A Argentina había llegado en 1929 para dictar una serie de conferencias. Obviamente que en el puerto lo esperaba Victoria Ocampo, a quien intentó venderle un par de proyectos (un pequeño rascacielos y un departamento con piscina incorporada) que no llegaron a concretarse. En Francia ya lo habían visitado algunos de los argentinos millonarios, entre ellos Ricardo Güiraldes, que asolaban París a principios de siglo, y se había tentado con el brillante porvenir que representaba el granero del mundo ante una Europa hundida en sus guerras.
            Para Le Corbusier, Buenos Aires tenía que verse desde el río como una hilera de torres vidriadas –“la ciudad de los negocios”- desplazadas hacia el sur del centro porteño. La idea era revitalizar la zona del Riachuelo y vincularla con Avellaneda. Otras propuestas eran: una autopista norte-sur, una de circunvalación –la actual General Paz-, la instalación de un aeropuerto sobre el río –que se intentó llevar a cabo en los noventa, bajo el nombre de “aeroisla”-, la Ciudad Universitaria y un puerto en Avellaneda, que hoy también existe con el nombre de Terminal Exolgan.
            Pero los avatares de la crisis económica internacional y de la política argentina impidieron que los planes se llevaran a cabo. Le Corbusier se dedicó a otros asuntos, delegando el proyecto argentino en sus discípulos. Los principales fueron el catalán Antonio Bonet y los argentinos Kurchan y Ferrari Hardoy, que en Buenos Aires conformaron el Grupo Austral como herramienta para difundir la arquitectura moderna. Juntos diseñaron la silla BKF, bautizada con las iniciales de los tres, que tuvo su prestigio en el ámbito del diseño internacional, especialmente en los Estados Unidos.
            Estos representantes de Le Corbusier en Buenos Aires estuvieron a punto, a fines de los cuarenta, de concretar el proyecto para la ciudad. Fue cuando un amigo de Ferrari Hardoy asumió como Secretario de Obras Públicas de la Municipalidad. Entonces las propuestas del francés volvieron a tenerse en cuenta. Y aunque resultó que al final de la evaluación el funcionario peronista no aceptó que Buenos Aires fuera planificada por un extranjero, esta expectativa sirvió para que Le Corbusier accediera a diseñar la casa de Curutchet, como una manera de mostrar una obra en Argentina y su disposición a trabajar en el país.
            Pero el proyecto no iba a realizarse, y la frustración de los planes porteños enojó al francés y lo distanció de los arquitectos del Grupo Austral, a los que llegó a tratar de “traidores” y “pobres diablos”. Sin embargo, una buena noticia le llegaba desde Asia: el nuevo gobierno de la India lo contrataba para diseñar integralmente la ciudad de Chandigarh, capital de dos estados en ese país. El proyecto indio ocupó todo su tiempo y empeño desde 1951 hasta su muerte en 1965.

La arquitectura de la casa Curutchet

            Mientras tanto, en La Plata, el médico se la pasó disputando con los arquitectos encargados de la realización de las obras según los planos de Le Corbusier, quien había sugerido a los del Grupo Austral o a Amancio Williams.
            Curutchet eligió a este último, hijo del músico Alberto Williams y bisnieto de Amancio Alcorta, pero al tiempo lo despidió. Lo mismo le ocurrió a su sucesor. La construcción se demoraba, la casa tenía goteras, los caños perdían agua.
            Sin embargo, en esa pequeña casa de La Plata, se lograron plasmar los cinco principios fundamentales del teórico francés.
            Como puede entreverse en la película argentina El hombre de al lado, filmada en la casa, la planta baja queda libre y se accede al primer piso por medio de una rampa. Este primer piso se divide en dos cuerpos: al frente el consultorio, al fondo un hall con las escaleras para subir a la vivienda, que se halla en los dos pisos superiores. En el segundo está la cocina, el comedor y el estar, mientras que en el tercero se encuentran los dormitorios y el escritorio. A su vez, la terraza del consultorio, en el primer cuerpo, se transforma en un jardín-terraza, al que se accede desde el segundo piso de la vivienda. De esta forma cumple con otro principio: devolver a la naturaleza un espacio verde, en compensación del utilizado para la construcción.
Además, todo el frente del consultorio está ocupado por enormes ventanales (otro de sus principios), pero esto no se ve desde el exterior ya que la fachada, compuesta por un brise-soleil que enmarca el paisaje y protege del sol, oculta además el ventanal de la vista de los observadores externos. Cumple de esta forma con otro postulado, que es el que sostiene que la fachada debe ser independiente de la estructura del edificio.
Plano del segundo piso
Además, la casa cuenta con un árbol que ocupa el centro de la misma, entre los dos cuerpos, y brinda sombra a la terraza-jardín.

            La residencia pudo ser habitada recién en 1954, pero las dificultades y refacciones siguieron aún por algunos años. Pese a todo, Curutchet quedó conforme. En 1957 le escribió al arquitecto francés:
            “El público general –le cuenta en su carta- va comprendiendo cada vez más esta obra que a muchos les pareció tan extraña al principio. Esta es ‘la casa de Le Corbusier’; me honra ser el propietario. Así lo digo y quiero que se repita. Ud. puede hacer cualquier indicación que será cumplida y agradecida. Es y seguirá siendo su casa”.


Bibliografía

Casa Curutchet.net. Sitio web

Colegio de arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Sitio web, disponible en http://www.capba.org.ar/curutchet/casa-curutchet-presentacion.htm

Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Crítica. Buenos Aires. 1998

Liernur, Jorge (y otro). La red austral. Obras y proyectos de Le Corbusier y sus discípulos en Argentina (1929-1964). UNQUI. Buenos Aires. 2009

viernes, 14 de septiembre de 2012

Las manifestaciones espontáneas


Los eventos son, por definición, acontecimientos imprevistos. Existen empresas que dicen que los organizan, pero esto no parece posible, pues se cae en una paradoja. La misma dificultad se encuentra en la organización de manifestaciones espontáneas. Había un grafitti que decía que pelear por la paz es como coger por la virginidad.
Por otra parte, cabe sin embargo relativizar esta cualidad de la espontaneidad. Es muy difícil decidir qué es lo espontáneo, o si tiene mucho sentido proclamar tal cosa. 
Por ejemplo, una manifestación de una sola persona, puede no ser espontánea, sino planeada. Tal ocurre con los asesinatos, cuando son premeditados. Existe ahí una meditación previa. Lo espontáneo entonces, sería algo no meditado previamente. Y estamos hablando de una sola persona. Imaginemos cómo sería que miles de personas logren coincidir en una manifestación sin mediar una organización previa. Imposible.
Si no me cree, haga el siguiente experimento: primero, cite a una persona X en un lugar A a una hora Y. Segundo, concurra al lugar A a la hora Y. Tercero, al encontrarse con X dígale: qué sorpresa verte por acá. Cuarto, verifique la reacción de X.
Pero la espontaneidad se puede cuestionar aún más, dado que depende de la voluntad y la voluntad depende, como bien dijo Freud, de nuestro inconsciente. Por lo tanto, ni siquiera es pertinente cuestionar en fútbol si una mano fue intencional. ¿Cómo podemos saber si lo fue o no? Tal vez no lo fue concientemente, pero puede haber, detrás de cada pelota tocada con la mano, motivos subyacentes que ni el propio jugador conoce y mucho menos, digamos, Guillermo Nimo o Biscay o Lamolina.

lunes, 23 de julio de 2012

Azcuénaga, Provincia de Buenos Aires, en el partido de San Andres de Giles.


Hacienda de Figueroa. El general Quiroga va en coche al muere



Cerca del pequeño pueblo de Azcuénaga, en el partido de San Andrés de Giles, a la vera del antiguo camino al Alto Perú, subsiste la histórica finca de los Figueroa, habitada por descendientes de esa misma familia durante los últimos doscientos cincuenta años. Esta estancia, utilizada como posta en el camino, fue testigo de la despedida final de Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas. Allí, luego de marcharse el riojano, el Restaurador redactó su más importante documento político, que también es pieza clave para desentrañar la gran pregunta acerca del  asesinato de Facundo: ¿Fue Rosas quien ordenó su muerte?


Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?

Jorge Luis Borges       



1834

17 de diciembre. Anochece. Por el polvoriento camino al Alto Perú, desde Luján, se acercan a la finca dos carruajes custodiados por milicias. Los Figueroa reconocen la galera de Juan Manuel de Rosas; de ella ven descender al General Juan Facundo Quiroga. En la segunda, que pertenece al riojano, se deja ver el hombre fuerte de Buenos Aires. Apenas tienen los dos jefes unos instantes  para seguir con la conferencia y dormir. Al otro día, Quiroga saldrá para Santiago del Estero en misión especial. Ya no retornará; a la vuelta lo espera su destino en el pobre paraje de Barranca Yaco.
Unos días antes, los caudillos se habían encontrado en San José de Flores porque Quiroga, al ser designado para la misión pacificadora hacia las provincias del norte por el gobernador Manuel Vicente Maza, había querido conocer la opinión de Rosas, que detentaba el poder real. En la quinta de Terrero, socio de Rosas, discutieron durante dos días sobre el futuro de la Nación, la forma de conseguir la paz de las provincias del noroeste y la posibilidad de una organización nacional bajo una Constitución Federal.  Al tercero, de madrugada, Quiroga dejaba San José de Flores cuando Antonino Reyes, el asistente de Rosas, despertó a su jefe con la novedad. El estanciero bonaerense persiguió el carruaje de Quiroga y, cuando lo alcanzó, insistió en prestarle su galera personal, que tenía acondicionada para el viaje. Quiroga aprovechó para convencer a Rosas de que lo acompañara en el primer tramo.
Ya esán en la Hacienda de Figueroa. Los caudillos siguen discutiendo, pero ya no hay mucho tiempo. Al otro día, de madrugada, Quiroga partirá hacia su última misión: debe mediar entre los gobernadores belicosos de Tucumán y Salta, quienes le deben al riojano su cargo. Rosas le reitera su ofrecimiento de escolta:
-Tenga cuidado: no vaya usted a ser envuelto en esas cosas y le jueguen nuestros enemigos una mala pasada.
-Mucho le agradezco –responde Quiroga–. Pero mi persona es la mejor escolta para contener a cualquier cobarde.
Rosas permanecerá aún un par de días, dictándole a su asistente la histórica Carta de la Hacienda de Figueroa. Se supone que los chasquis alcanzarán a Quiroga con esta misiva, y que éste la utilizará en las negociaciones que llevará a cabo, como prueba de la unidad de ambos.
La carta reaparecerá en el juicio a los asesinos del riojano, según se dice manchada con su sangre. Rosas se la llevará luego de su caída a su exilio en Inglaterra. En cierta forma, si se aclararan los misterios acerca de este documento, sabríamos si efectivamente fue Rosas quien propició el asesinato de Facundo.
El poderoso estanciero bonaerense, desde su habitación en la hacienda de Figueroa ve salir su carruaje hacia San Antonio de Areco, rumbo al noroeste. Allí va Quiroga: ¿lo ve Rosas como un aliado rumbo a una difícil misión o, como en un cuento de Borges, observa cómo se aleja su galera llevando a un hombre que no lo sabe, pero ya está muerto?


2012

Por el camino polvoriento, un coche se acerca a la finca de los Figueroa.
Aquél no debe haber cambiado mucho en 180 años, es de tierra y tosca. Si antes era parte del camino real al Alto Perú, ahora es la ruta vecinal que comunica el pueblo de Azcuénaga con los pagos de Areco
Pese a que ésta ha sido declarada Monumento Histórico por la municipalidad de San Andrés de Giles, y reconocida como tal a nivel provincial, no existe apoyo estatal ni ningún plan de manejo ni conservación del lugar. Tampoco, obviamente, está prevista su apertura al público.
Don Julio Figueroa es descendiente directo del sargento mayor de milicias Tomás de Figueroa, que en 1755 compró las tierras a la familia del general Ruiz de Arellano -fundador de Areco- y creó  la estancia La Merced, que llegó a tener 20.000 hectáreas, de las que hoy subsisten sólo seis.
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Hacienda de Figueroa. Habitaciones que ocupó el General Paz.
De él y de su familia depende la conservación de este sitio histórico, que guarda parte del secreto de la Carta dictada allí por Rosas. Lo hacen con verdadero orgullo y sacrificio, y sin ayuda de nadie. Hoy día ni siquiera tienen energía eléctrica en el establecimiento:
–Acá todo es a leña –avisa Don Julio–: el horno, la estufa y el calefón.
Para dar una idea de edad de la construcción, cuenta que la parte llamada nueva, levantada  a un lado de la antigua posta, tiene unos cien años de antigüedad.
Sin embargo, todavía se utiliza la parte más vieja: ahí, en las habitaciones que sirvieron de calabozo al General Paz, cuando era traído prisionero a Luján, aún tienen su cuarto dos de sus hijas.


1835

22 de septiembre. Del lado de Santa Fé se acerca a la finca un carruaje con custodia. Los Figueroa ya saben, porque han sido avisados por chasquis, que es el General José María Paz, que es traído prisionero, y cuyo destino inmediato es el cabildo de Luján. En realidad, en esa primavera, nadie sabe cuál será finalmente el destino del militar cordobés.
Una vez capturado por los federales, el Brigadier López, de Santa Fé, no se animó a decidirse por su fusilamiento. Rosas se lo sugirió en carta privada, pero sin responsabilizarse del tema.
Paz había sido capturado mediante una boleada histórica. Se quiso adelantar con un baqueano a la vanguardia de sus tropas, pero los bandos rivales habían girado en círculo en sus posiciones de combate y, sin quererlo, se aproximó a las tropas federales. En esas condiciones fue perseguido cuando ni siquiera se decidía a escapar porque dudaba de si realmente no estaba ante sus hombres, dado que le gritaban: “párese, mi General”. Entonces, cuenta el mismo Paz,  dudó por no aparecer huyendo ante sus subordinados, y en ese momento las patas de su caballo fueron alcanzadas por un certero tiro de boleadoras, que lo hicieron caer al piso.
Asesinato de Quiroga. Pintura basada en
una litografía de la época
Lo llevaron prisionero a Santa Fé, donde obtuvo permiso para casarse con su sobrina Margarita Weild, lo que lo posicionó como yerno de su propia hermana.  Con su mujer embarazada, lo trasladaron a Luján, sin saber Paz si el traslado era debido a que finalmente se habían decidido a fusilarlo. En esas condiciones pernoctó en la Hacienda de Figueroa.
Así lo cuenta en sus Memorias: “Esa tarde llegamos a casa de un Figueroa, gran amigo de Rosas, según supe después, e inmediatamente me alojaron en una pieza aislada, donde se colocaron centinelas dobles y se tomaron todas precauciones”. Cuenta también que llegó un carretón con mujeres y que esa noche hubo en la casa una fiesta, según Paz, para mortificarlo: “vinieron a cantar a la puerta una canción de esas que acostumbran, en que no se respira sino sangre y carnicería”.
Para ese entonces, Paz ya sabe, porque se ha enterado en Santa Fé, del asesinato de Quiroga.  Según cuenta en sus memorias, “en Santa Fé fue universal el regocijo por este suceso y poco faltó para que se celebrase públicamente: Quiroga era el hombre a quien más temía Lopez, y de quien sabía que era enemigo declarado. No abrigo ningún género de duda que tuvo conocimiento anticipado, y acaso participación en su muerte. Sus relaciones con los Reinafé eran íntimas. Francisco Reinafé había estado un mes antes, había habitado en su misma casa y empleado muchos días en conferencias misteriosas”.


Acusaciones

En efecto, el Gobernador López, fue uno de los acusados de instigar el asesinato. Como se sabe, el jefe de la partida que mató a Quiroga y todas las personas de su comitiva -salvo dos que lograron ocultarse-  incluyendo a un niño, fue Santos Pérez, quien recibió órdenes de sus jefes, los hermanos Reinafé, que controlaban la provincia de Córdoba.
Luego de que en la provincia mediterránea los Reinafé intentaran quedar impunes –habían puesto al asesino al frente de la investigación- Rosas impulsó la pesquisa y, aduciendo que el delito era federal dado que el asesinado había sido enviado por su gobierno en representación de todas las provincias, promovió un juicio en Buenos Aires. Allí se demostró que los acusados eran culpables y se los condenó a muerte. En octubre de 1835 se cumplió la sentencia: fueron fusilados tres de los cuatro hermanos Reinafé –uno de ellos, Francisco, había logrado huír-, Santos Pérez y tres de los veintiocho integrantes de la partida, elegidos por sorteo. Este se lo perdió Riverito.
Ahora bien, había una cosa que el tribunal de Buenos Aires no podía hacer: condenar por estos asesinatos a Juan Manuel de Rosas, que por ser Gobernador con la Suma de Poderes, era el jefe del judicial y juez de última instancia. Por eso la duda subsistió, y la Carta de Figueroa fue y es una pieza clave de  ese rompecabezas.
Quienes acusaron a Rosas sostuvieron que en realidad Quiroga, una vez apresado el General Paz, era su principal enemigo. Dijeron que el caudillo riojano, desde su llegada a Buenos Aires se había acercado a los partidarios del unitarismo, que incluso le había ofrecido ayuda a Rivadavia, que se había convencido de la necesidad de dictar una Constitución, que podía sublevar a todas las provincias del Noroeste en contra de Buenos Aires. Pero si Quiroga era partidario de una Carta Magna, y Rosas no quería ni oír hablar del tema, iba a ser muy difícil un acuerdo entre ellos. En estos tres días de deliberaciones, previos a la despedida de ambos en la Hacienda de Figueroa, sin embargo, parecían haber llegado a cierto acuerdo, sin el cual era difícil que Facundo hubiera aceptado viajar para cumplir su misión.
Según los que acusan a Rosas del asesinato de Quiroga, este acuerdo era la concesión del bonaerense de que se iba a preparar un Congreso Constituyente. Por lo tanto, la Carta de la Hacienda de Figueroa, en la que Rosas sostenía que aún no era el momento adecuado para hacerlo, sería un documento que éste escribió traicionando lo decidido entre ambos. Algunos dijeron que fue escrito intentando una justificación histórica –algo así como una coartada-, y que por esa causa nunca fue enviado el chasqui que debía entregarla a Quiroga durante el viaje. Otros, que la carta no alcanzó a ser leída a los Gobernadores, dado que recién le fue entregada a Quiroga cuando éste estaba regresando a Buenos Aires. De cualquiera de las dos maneras, Quiroga se sentiría traicionado por Rosas, pero al caudillo bonaerense esto no podía importarle, dado que ya habría dispuesto su asesinato.
Comentaristas como Sarmiento y Vicente Fidel López expresan su convicción de que Rosas estuvo tras el homicidio. El escritor David Peña llega a la misma conclusión, basándose en un supuesto carácter apócrifo de la Carta de la Hacienda de Figueroa. Se dijo, por ejemplo, que el documento no se habría escrito allí sino con posterioridad, o que la redacción no le pertenecía al Restaurador. Cuentan que un hijo de Quiroga así lo creyó, y por eso combatió posteriormente en contra de Rosas, a las órdenes de Lavalle. También que, como surgió del proceso llevado a cabo en Buenos Aires, Santos Pérez había declarado que los Reinafé le dijeron que todo estaba arreglado con López y con Rosas.


Defensas

Los abogados históricos del Restaurador discuten la existencia del móvil: aducen que Quiroga no era una amenaza para Rosas sino un aliado, aunque tuvieran diferencias de opinión. Pero sobre todo, remarcan que no se ha encontrado ninguna prueba para afirmar su responsabilidad, más allá de presunciones. El dato no es despreciable, luego de muchos años en los que la historiografía oficial, impulsada por Sarmiento, Vicente Fidel López y Mitre, se dedicó ampliamente a acusar a Rosas de todo tipo de atrocidades, reales y ficticias.
Según el proceso judicial, la Carta de la Hacienda de Figueroa la llevaba entre sus ropas Quiroga cuando fue asesinado y estaba manchada con su sangre. Fue presentada como prueba en el juicio, y quedó luego en poder de Rosas, pero su autenticidad no queda probada con esto, ya que el mismo Rosas era una autoridad absoluta en el momento del proceso, y bien podía insertar una prueba falsa.
En 1881, fecha en la que hablar a favor de Rosas no era especialmente elegante, su antiguo asistente, Antonino Reyes, salió en su defensa. Envió al historiador Adolfo Saldías una carta en la que afirmaba que ambos generales habían acordado en la Estancia de Figueroa que “a la madrugada siguiente partiría el General Quiroga, debiendo enseguida marchar un chasque con la carta convenida del General Rozas expresando su parecer en los graves asuntos que se ventilaban y para dar más fuerza a la misión que se le había encomendado ante los gobernantes disidentes. Esa fue, pues, la carta que usted debe conocer, como todos, pues se ha publicado varias veces, y que está escrita de mi letra, siendo dictada por el General Rozas o hecho por él el borrador, allí en la misma instancia citada, y que llevó la fecha 20 de diciembre de 1834.”
La historia aún no llegó a un veredicto unánime. Por otra parte, se sabe, en Argentina la justicia tiende a ser lenta.




Bibliografía


López, Vicente Fidel. Historia Argentina. La cultura argentina. Buenos Aires. 1916

Paz, José María. Memorias póstumas, tomo 2. Almanueva. Buenos Aires 1954

Peña, David. Juan Facundo Quiroga. EUDEBA. Buenos Aires. 1968

Ramos, Jorge Abelardo. Revolución y contrarrevolución en Argentina. Del Mar Dulce. Buenos Aires. 1970

Rosa, José María.  Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires. 1973

Saldías, Adolfo. Cuando Rosas tuvo la suma del poder público. Plus Ultra. Buenos Aires. 1974

Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Peuser. Buenos Aires. 1955

miércoles, 27 de junio de 2012

Libertad de expresión. Escritos hallados en un aljibe. Un cuento histórico




Libertad de expresión



Nota del editor

Luego del primer gobierno de Rosas, durante el breve lapso de la administración del General Balcarce, surgieron dos facciones enfrentadas políticamente: los rosistas, o restauradores, y los lomos-negros, o doctrinarios. Ambos bandos, amparados en una nueva ley que permitía mayor libertad de expresión, se dedicaron a insultarse e injuriarse recíprocamente. De un lado El constitucional y El amigo del país se complacían en insultar a Rosas y a sus seguidores en un lenguaje licencioso; del otro, El Restaurador de las leyes y La Gaceta Mercantil fustigaban de igual guisa a los seguidores de Balcarce. Algo más informales, había otros pasquines que descargaban aún mayor virulencia, publicando información personal de los enemigos políticos. Tales periódicos eran, entre otros: La Ticucha, El Gaucho del Colorado, Los cueritos al sol, El tero embretado y El loco Machucabatatas.
Los documentos que presentamos a continuación se hallaron a fines del siglo XIX, presumiéndose que fueron producidos en la década del 30 del mismo siglo. No se sabe aún quién los redactó, y sólo se encontraron estos párrafos, que al parecer pertenecían a un escrito más extenso –tal vez a un diario personal-.  
Junto al escrito, también se descubrieron hojas pertenecientes a diversos pasquines de la época.
Por razones editoriales, y de comodidad de nuestro departamento de Marketing, el escrito particular encontrado fue dividido en tres partes, las que están separadas por los  documentos periodísticos.




Escritos hallados en un aljibe. Parte I


(Continúa de una hoja que no fue encontrada)

La verdad es que no sé adónde vamos a parar con todo esto. Yo no sé qué le ven de bueno a eso de ventilar públicamente las intimidades, mostrar las debilidades, entretenerse morbosamente con detalles los más desagradables, como si todo no fuese más que un espectáculo público para regocijo de sujetos que nada mejor tienen para hacer con sus respectivas vidas.
Qué se me importa a mí saber que la hija de tal tendero es retardada mental y está de novia con el perro del aguatero, y quién podría interesarse en los detalles íntimos de esta relación. Cuál, me  pregunto, podría ser presuntamente mi interés en saber que el militar tal tiene una relación con su sobrina de catorce años (parece que no se lleva tan bien con su hermana, porque ahora además de hermana va a ser su suegra) más allá de la curiosidad de que su madre (de quien sé también un par de cosas, que tal vez más adelante comente) va a ser, cuando nazca el fruto de ese amor, abuela y a la vez bisabuela de la misma persona.
Cómo, en el nombre de Dios, podría ser de mi incumbencia el conocer los detalles de los encuentros íntimos de cierto cura con una señorita de apellido irlandés, de cuyos antecesores (especialmente de la rama femenina de su familia) tendría yo interesante información como para llenar más de una enciclopedia.
Pero no. No me interesa, ni podría nunca interesarme. Tampoco eso que me han dicho de mi vecina, que dicen que está envenenando a la hermana del zapatero, que a la vez parece que es la amante (del zapatero), para quedarse con él, pero sobre todo con la zapatería. A todos los que andan en esos asuntos de los comentarios yo les digo: ya veremos. Ya veremos si es cierto. Y sobre todo, si se queda con la zapatería, ya veremos si mejora la colección de zapatos que están trayendo, que hoy por hoy son lo más vulgares que pueda una imaginarse.





Artículo perteneciente al periódico El humilde iluminado. No como otros, asnos arrogantes, que vemos pastar en las orillas.


Como todos sabemos, y ha sido harto comprobado por los científicos de los países serios, la América posee un influjo que es perjudicial para los organismos superiores. Así es que, tal como lo suscribe certeramente Buffon, el león; que en otros continentes, como Europa, es considerado por los hombres e incluso  por los demás animales el rey de la selva, en el continente americano no es más que un gato, carece de melena, es más pequeño, más débil y hasta más cobarde que su modelo original. De esta forma, todas las distintas especies, ya sean invertebradas, carnívoras o batracios (subreinos en que se divide el reino animal), tienen en este sector del mundo similares especímenes, que sin embargo salen siempre mal parados de una comparación con la bestia original.
Es por eso que los cerdos, los caballos, los asnos, los bueyes, los perros y las cabras que fueron transportados por el hombre se empequeñecieron en América, e incluso los que vinieron por su libre albedrío, también se han ido degradando al influjo nefasto de este continente, tal es el caso de los corzos, ciervos, alces, lobos, zorras, perdices y anfibios.
Ya nos muestra la ciencia, asimismo, que si existe algún animal que no ha cambiado para mal en su comercio con el nuevo mundo, es seguramente porque es un animal creado por Dios. Como ya se demostró en Europa recientemente, los animales van cambiando sus formas según sea su costumbre en la vida; por ejemplo, un caballo que intente alcanzar las ramas más altas, de tanto prolongar el cuello, la lengua y las extremidades anteriores, irá estirando sus órganos, y al cabo de varias generaciones se transformará en otro animal, al que los biólogos llaman jirafa. Pero esto se aplica solamente a los animales que no han sido creados por Dios, ya que los que así fueron concebidos, por provenir de una voluntad perfecta, son por definición inmutables. Por eso se razona que los animales que, estando en América, no han retrogradado, es debido a que son creación divina, y por tanto inmutables.
Pero el influjo negativo de América hará que, aún los animales que no han sido creados por el Todopoderoso y que por lo tanto deberían mejorar con el tiempo y la práctica, no logren cambios positivos. En vano los caballos estirarán el cuello en nuestros campos, dado que ni siquiera encontrarán árboles con ramas altas, que por la misma razón no los hay (también nuestros vegetales son inferiores). Pero aunque los hubiera y los caballos nuestros se pasaran la vida estirando el pescuezo, jamás tendríamos una jirafa, como todo el mundo sabe que hay en varios zoológicos de Europa. Muy por el contrario, nuestros caballos tienden a achicarse, creando la raza de criollos y petisos, feos y desarreglados.
Lo peor, y ahí nos vamos acercando al meollo de la cuestión, es que lo mismo pasa con las personas. Buffon también nos enseñó que la naturaleza del nuevo mundo es opuesta al desarrollo de los grandes gérmenes, que como es de dominio público son los que engendran a los grandes hombres. Por eso es que los indios americanos no tienen pelo ni barba, ni ningún ardor para con sus hembras.
A causa de todos estos hechos, para mitigar esta nefanda influencia del continente que habitamos, es que debemos propender a las luces y la ciencia que nos llegan de Europa, en lugar de pretender aislarnos, esconder la cabeza como el quirquincho (ahora que lo menciono, es notable lo que hizo el continente con los enormes gliptodontes, transformándolos en ese animalejo ni siquiera apto para la fabricación de guitarras).
Es ése canallesco aislamiento el que nos proponen los opositores. Un aislamiento que va acompañado, como si fuera poco,  de métodos de castigo los más inhumanos, como son los azotes, el engrillamiento de prisioneros y el cielito El restaurador de las leyes.
Para hacerlo aún más comprensible, diría que este oscurantismo y aislamiento es como si, en una tarde de sol, en lugar de permanecer bajo sus rayos para recibir la benéfica influencia del astro rey, optáramos por refugiarnos en las penumbras, por ejemplo dentro de la habitación de Remedios Encarnación Azconzábal, esposa por lo demás del bizarro y heroico sargento Azconzábal, héroe de Rincón del Vago, quien se halla en la expedición al desierto. Y ésta es precisamente la actitud que ha tenido ayer por la tarde el inicuo Juan Jacinto Olmos, en la vana esperanza de que nadie se enterase.
Y, por si no se entendió, lo repito: Juan Jacinto Olmos, usted es un falluto y un gavilán cuya conducta, en un día más cercano de lo que usted cree,  se verá castigada debidamente por la justicia de Dios y de los hombres.
Uno que pasó por ahí






Escritos hallados en un aljibe. Parte II



Es que ahora ya no es como antes. Antes una podía ponerse a leer los periódicos en familia, y no iba a encontrar más que ideas patrióticas, noticias del mundo de las artes y las ciencias, las últimas novedades de la pasada temporada en Europa… en fin, un entretenimiento sano.
Pero ahora no. ¿Qué se encuentra ahora en los periódicos, como no sea crímenes, sangre, lujuria, delaciones, escenas de morbo sin igual?
Nada. Debe una enterarse que el señor X, de la Sala de Representantes, se gasta todo su salario jugando a la taba, mientras que a su esposa ya nadie le fía porque parece que a ella se le dá por apostar también en las riñas de gallos. ¿Y a eso le llaman noticia? Con las cosas que yo sé de esa señora, aún si me dieran un periódico entero, no me alcanzaría ni para el prólogo.
Y ahora, gracias a la llamada libertad de prensa que ha dispuesto el general Balcarce, y que la gran mayoría de pasquineros han interpretado como un liso y llano libertinaje, esto es lo que nos han dejado, esta miseria. Me pregunto: ¿Es esto libertad de prensa? ¿Lo es en realidad? Yo digo que es basura, abyecta miasma en que se revuelca nuestra sociedad putrefacta.





Artículo del periódico La mulita escurridiza, aparentemente en respuesta al anterior.


Está muy feo lo que hace un escriba que firma de manera poco clara, dando a publicidad presuntas faltas de otros individuos, en lugar de detener su mirada en la inmoralidad propia. Pero sabemos que el lomo hay que mojarlo por el lado del pelo y que la mejor forma de matar un zorrino es con las bolas ganándoles viento arriba, así no pueden mear ni las bolas.
Porque hete aquí que no dudo en calificar a ese escritorzuelo como uno de esos animalejos del demonio, que serán más pequeños que los europeos, pero cuyo olor se siente a tres leguas. No quisiera entrar a discutir las razones científicas, cuestiones todas de doctor de la ciudad en las que el infame salvaje se embarca, porque bien mirado el asunto, no vienen al caso y porque, como aconseja siempre el Restaurador, debe quedar en el campo la vaca recién parida.
Porque el ojo del amo engorda al ganado, y el campo debe estar libre de peones doctores, ya que debe laborar por la prosperidad y la tranquilidad de todos, mientras otros no hacen más que poner palos en las ruedas para trabar las carretas del progreso. Ellos son los mismos que lograron que, mientras nuestra Patria veía alborozada un futuro de paz y tranquilidad, tuviera que tragar, porque donde menos se piensa salta la liebre. el remedio amargo de doctores que se llegaban para aplicar recetas que nunca funcionarán entre nosotros. Y si bien en un momento creímos que podíamos amansarlos con nuestros paternales consejos, todo lo que obtuvimos fue traición y escarnio, porque la cabra siempre tira al monte.
Y, sin más, paso a decirle al que pasaba por ahí, en relación al mentado tema de la señora de Azconzábal, que deben entrarse los capataces por entre la hacienda para conocerla bien, y que es el dueño quien no debe permitir que su hacienda tome querencia en lo ajeno. Aunque colijo que para un buen entendedor, pocas palabras bastan, le aclaro que lo que pudo haber pasado, o no, en casa de la nombrada señora, no era de su incumbencia y que por tanto debió prevalecer el criterio de que en boca cerrada no entran moscas. Como dice don Juan Manuel: siempre deben eliminarse los cuzcos ladradores, porque no sirven para nada. Para más si son unos salvajes, como es su caso.
Ahora bien, en cuanto a la censura que usted hace de los azotes, estoy por comentarle que me extraña lo que dice, dado que es mi inclinación pensar que su señora esposa no es de su misma opinión. Y de esto me persuadí el otro día que pasé por su casa (era un día en que usted se había ido temprano) y escuché como un ruido de azotes, y una voz lujuriosa de mujer que, complacida, pedía más. Por eso digo que respeto su opinión, pero me extraña que sea tan opuesta a la de su señora esposa.
Y también por eso digo que no siempre al que madruga Dios lo ayuda.

Uno que vió luz y entró




Escritos hallados en un aljibe. Parte III

Yo ya no sé adónde vamos a ir a parar. Como dice el marido de mi amiga, que de esto entiende mucho porque tiene un libro de Reynal y fue una vez a Montevideo: acá lo que se necesita es mano dura; un Robespierre, un Torquemada.




domingo, 13 de mayo de 2012

Corrientes y Reconquista. Monumento a Liniers


Una de espionaje y sexo en las invasiones inglesas


La particularidad de este monumento a Santiago de Liniers es que lo ubicaron en la cuadra en que estaba la casa de quien fuera su amante; Ana María Perichon, esposa del agente inglés Thomas O'Gorman. ¡Al fin una de sexo y escándalo! 

Monumento a Liniers. Corrientes
 y Reconquista. CABA.
            En 1806 Buenos Aires estaba lleno de agentes de distinta procedencia. Convivían en la ciudad una serie de aventureros que actuaban como agentes ingleses, portugueses y franceses, a los que se sumarían los de las logias que iban a llevar adelante el proyecto revolucionario. Algunos de estos agentes obedecían alternativamente a más de un bando, y cambiaban su empleador de acuerdo a sus intereses personales. En este contexto se conocieron los protagonistas de esta historia de amor escandaloso: Santiago de Liniers y Ana Perichon.

Ana era francesa . Hija de un próspero comerciante y nacida en la isla Borbón, en el Océano Índico, se había casado con el agente secreto inglés Thomas O'Gorman, quien se dedicaba a los negocios más redituables a fines del siglo XVIII: el contrabando y el tráfico de esclavos. Como agente inglés en Europa, O'Gorman se había contactado con el embajador hispano en Londres y le había presentado un plan para, presuntamente, defender a Buenos Aires de los ataques ingleses. Claro que la trampa era que ese plan lo habían ideado los mismos ingleses y, por lo tanto, hubiera servido para facilitar la invasión. Finalmente el proyecto llegó a manos del ministro Godoy (que decidía los asuntos españoles en nombre del rey Carlos IV), quien lo desestimó.
            Pero O'Gorman -junto con otros agentes en Buenos Aires- seguía informando a los británicos sobre la situación del Plata. La casa del matrimonio de Ana y Thomas, en la actual calle Reconquista, cerca de Avenida Corrientes,  era frecuentada por aventureros extranjeros. Uno de ellos era el norteamericano William White, que pese a su apellido también se había enriquecido gracias a la venta de negros. Este White era amigo del almirante inglés Sir Home Popham, jefe de la armada británica. Como el marino le debía unas cuantas libras, White le envió correspondencia para convencerlo de que asaltara Buenos Aires y le devolviera el dinero, utilizando para ello parte de la comisión por el robo del tesoro de la ciudad.
            Los que eran más que amigos eran Ana y otro agente inglés allegado a la familia, James Burke. Este aventurero acompañaba a la francesa en los períodos en que su marido  salía en viaje de negocios. Al parecer, la relación con Burke fue anterior a que se conociera con Liniers.  Por entonces sus dos hijos, producto del matrimonio con O´Gorman, eran los otros afectos de Ana.

            Santiago también había nacido en Francia. Hijo de un oficial de la marina, desde muy joven se había enganchado en una expedición española contra Argelia; desde entonces toda su carrera la hizo peleando contra Inglaterra. Llegó a América con la fuerza de Ceballos que expulsó a los portugueses de Colonia y desempeñó en el Virreinato numerosos cargos militares y administrativos, pero en general estos empleos eran pagados mal  y con retraso por la corona española.
            A fines del siglo XVIII, su hermano, el conde Henry de Liniers, arribó a Buenos Aires con  un permiso real  para establecer en el Río de la Plata una fábrica de pastillas de caldo. Estos antecedentes de los caldos en cubitos, que aún utilizamos, se habían ideado para alimentar a las tripulaciones y pasajeros de los navíos, con el objeto de evitar tener que embarcar reses vivas. Con esta intención los Liniers alquilaron la chacra de Altolaguirre, en el barrio actual de La Recoleta, pero el cabildo de Buenos Aires no aprobó la ubicación, aduciendo el peligro de contaminación del río. Adquirieron entonces una chacra a Lorea, que se encontraba convenientemente ubicada sobre la actual calle Virrey Liniers en el barrio de Almagro, pero la oposición del Cabildo, que defendía intereses de ganaderos bonaerenses, desbarató el proyecto industrial. El conde Henry se volvió a Europa y el pobre Santiago se quedó con los problemas y las deudas. Su suerte pareció mejorar cuando obtuvo el cargo de gobernador militar de las misiones jesuíticas, pero luego de menos de dos años de gestión, debió dejarlo con el advenimiento del virrey Sobremonte,
            Entonces resolvió volverse a Europa, pero su destino estaba aquí: cuando bajaba a Buenos Aires, junto con su segunda esposa que estaba por dar a luz, una terrible epidemia asoló la nave en que viajaban. Su mujer tuvo una nena, pero ambas murieron a los pocos días. Cuando por fin Liniers arribó a Buenos Aires, Sobremonte debía encontrarle un puesto en otro destino, acorde con los servicios prestados a la corona. En eso estaban cuando, en 1806, llegaron los ingleses. Desde su puesto en la ensenada de Barragán, el primero en verlos fue Santiago.



El amor y la guerra


            La buena relación de Liniers con Ana Perichon y con el grupo de amigos de O'Gorman, fue fundamental en la organización de la reconquista de Buenos Aires en 1806.
            Como el puesto de Liniers estaba en Ensenada, no participó de las luchas cuando los ingleses desembarcaron en Quilmes y, como ellos pensaban que iban a ser bien recibidos, en general no sospechaban de los porteños mejor posicionados. Mucho menos de los que tenían relaciones sociales con un agente inglés, aunque tal vez debieron tener en cuenta que en este caso las relaciones más íntimas eran con la esposa.
            Pese a todo, Liniers se reunía con oficiales ingleses en casa de los O'Gorman. Thomas había sido nombrado "comisario de víveres" por los invasores y vislumbraba un futuro promisorio de continuar éstos gobernando Buenos Aires.

La captura de Buenos Aires. Grabado inglés de la época
        Pero Liniers hizo otros planes. ¿Qué lo decidió a encabezar la reconquista cuando en realidad no estaba mal posicionado con los nuevos dueños de la ciudad?
            Probablemente una combinación de razones: la lealtad a España y el hecho de ser enemigo histórico de Inglaterra, sin dudas. Pero también, acaso, la percepción de que la apuesta por los invasores de Buenos Aires no era segura debido a que la gran mayoría de la gente -entonces llamados "el populacho" o la "clase inferior"- estaba dispuesta a resistir la ocupación extranjera. Y ¿por qué no? el saber que, vencidos los ingleses, O'Gorman caería en desgracia; sería desterrado o encarcelado, y ya no representaría un obstáculo para sus encuentros con Ana.
            Así comenzó Liniers la conocida epopeya de la reconquista. Pasó a la banda oriental y desde allí inició la organización de las milicias. Mientras recruzaba el Río de la Plata junto con el oficial español Gutiérrez de la Concha, mientras desembarcaba en el actual Río Reconquista, entonces llamado Río de las Conchas, algo siempre le recordaba a su amada. Es que junto a él estaba Juan Bautista Perichon, hermano de Ana y fiel ayudante de campo durante toda la campaña.

¡Qué noche, Teté!

           
            Gracias al entusiasmo del "populacho" y las milicias, los últimos esfuerzos de Liniers durante la reconquista fueron para contener a la multitud y garantizar la vida de los invasores. Fue entonces que se produjeron hechos heroicos, como el de Manuela Pedraza, quien entró a la Plaza Mayor junto con su marido, mató a un soldado inglés, tomó su arma y participó del ataque final.
            Pero una vez reconquistada la ciudad, las relaciones entre los integrantes de la clase principal porteña, los oficiales ingleses y sus espías, siguieron siendo cordiales. Ya lo eran antes: Mariquita Sánchez de Thompson comentó en sus memorias la invasión cual si fuera un  desfile de modas. Para ella las tropas británicas eran "las más lindas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cintas punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta (...) Este lindo uniforme, sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve. La limpieza de estas tropas admirables, qué contraste más grande". En cambio los nuestros daban lástima: "todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados, todo lo más miserable y lo más feo, con unos sombreritos chiquititos encima de un pañuelo atado a la cabeza". Tal vez por eso su marido, Martín Thompson, había sido confirmado por el comandante inglés Beresford como Capitán del Puerto. La dama patriota también justificó al virrey Sobremonte, quien la había ayudado autorizando el casamiento con su primo Thompson, y a quien cuando le avisaron del desembarco prefirió quedarse a ver una obra de teatro para después huír: "¡Qué noche! -nos dice Mariquita- ¡Cómo pintar la situación de este virrey, a quien se acrimina toda esa confusión y demasiado se hizo en sacar y salvar los caudales!".
            Lo cierto es que una vez terminado el incidente bélico, Beresford fue recluído en Luján, pero poco después se facilitó su fuga; White fue encarcelado, pero Liniers pidió por su liberación y hasta le vendió su chacra; y muchos oficiales quedaron en libertad.
            En fin, que el único que se tuvo que ir fue el bueno de  Thomas O'Gorman. Y entonces sí, Santiago se mudó a la casa de la actual calle Reconquista, en donde hoy tiene su monumento, y allí compartió su vida con Ana por un breve tiempo.
            Pero si el poder ganado por Liniers tras la invasión los había unido, las dificultades de la gestión como Virrey iban a separarlos. Fueron blanco de continuas murmuraciones: se decía que Ana decidía por el virrey, la acusaban de  malversación de fondos, de favorecer a los ingleses, protestaban porque el hermano de Ana se había casado con una hija de Liniers sin el permiso real. Faltaba que la tildaran de "yegua", pero en cambio comenzaron a llamarla despectivamente "la perichona". Para colmo, el  espía  Burke, despechado y con absoluta ausencia de códigos de caballero inglés, hizo público que había sido amante de la francesa, acusándola a su vez de trabajar para Inglaterra.
            Por todo esto Liniers tuvo que desterrar a Ana Perichon a Río de Janeiro. Y nunca más se vieron. La historia del virrey no terminó bien y, como se sabe, fue fusilado en Córdoba después de la revolución de mayo de 1810.
            Ana, por su parte, siguió con su vida escandalosa y se anotó aún un resonante romance en Río: fue con el embajador inglés Lord Strangford. Se dice que  por esto  también la expulsaron de Brasil. Volvió a Buenos Aires, se recluyó en una estancia que tenía y desde allí se dedicó a casar a sus hijos.
            Murió en 1847, unos días antes de que su nieta, Camila O'Gorman, huyera con el cura Ladislao Gutiérrez. Pero, claro, esa ya es otra historia.

Bibliografía



Cañás, Jaime. Qué hicieron los agentes secretos en el Río de la Plata. Plus Ultra. Buenos Aires. 1970.

Ferla, Salvador. Historia argentina con drama y humor. Peña Lillo Editor. Buenos Aires. 1985.

Maronese, Leticia. La mujer y la vida cotidiana a comienzos del siglo XIX. En Invasión, reconquista y defensa de Buenos Aires (1806-1807). Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires. 2007

Quesada, María Sáez. Mariquita Sánchez. Vida política y sentimental. Sudamericana. Buenos Aires. 1995.

Sosa de Newton, Lily. Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Plus Ultra. Buenos Aires. 1980.