La batalla de Vuelta
de Obligado
En un recodo del Paraná,
al norte de San Pedro, tuvo lugar en 1845 la batalla de Obligado. Allí las
fuerzas nacionales resistieron por casi doce horas a las escuadras más
poderosas del mundo. Cuando ya no les quedaban balas ni pólvora los argentinos
pelearon con armas blancas, pero fueron derrotados, dejando 250 muertos y unos
400 heridos. Para los invasores era el comienzo de la pesadilla que significó
su incursión por el Paraná. San Martín, al enterarse desde Europa, escribió su
conocida metáfora gastronómica según la cual “los argentinos no son empanadas que se comen sin
más trabajo que abrir la boca”.
A
las cinco de la tarde, Juan Bautista Thorne dispara la última andanada con su
cañoncito, a orillas del Paraná. Casi al mismo tiempo explota cerca de él una
granada enemiga, que lo voltea. Enseguida se incorpora. “No ha sido nada”,
dice; adivinando la pregunta, porque en realidad no escuchará ya nada y para
siempre será recordado como el “sordo
de Obligado”. La artillería ya no contesta el fuego enemigo; por tres horas más
los criollos cargarán con lanzas y bayonetas, contra la metralla y cohetes de
los invasores.
A
las ocho de la noche, tras casi doce horas de batalla, los ingleses y franceses
ocupan la posición de las baterías argentinas.
Obligado
ha caído.
Las vueltas de la
historia
En
1828, bajo la influencia de Inglaterra nacía la República del Uruguay. Se
suponía que iba a ser un estado amigable con los ingleses, evitando de paso que
una federación de las provincias del sur ocupara ambas márgenes del Plata, pero
algunos uruguayos no adhirieron a la idea y resurgió aquel espíritu artiguista
de un territorio oriental que integrara una confederación suramericana.
Vuelta de Obligado, pintura de Rodolfo Campodónico |
Así
fue que para 1845, el depuesto presidente uruguayo Oribe, aliado de Rosas y la
Confederación, reivindicaba esa tradición: con ayuda de tropas argentinas puso
sitio a Montevideo, reclamando poder culminar su mandato, del que había sido
despojado por la fuerza en 1838. La capital uruguaya, con mayoría de población
extranjera (vasco-franceses y argentinos eran predominantes), resistía con la
ayuda de la escuadra, infantería y financiación de Francia, que quería
establecer una ciudad-factoría en Montevideo.
Era un empate técnico: ni Oribe podía tomar la ciudad ni los
montevideanos imponerse en el resto del país.
A
fin de desempatar –la definición por penales todavía no se había inventado-
Francia e Inglaterra decidieron establecer un bloqueo a la Confederación
Argentina para que cesara en su ayuda a Oribe. Claro que, más que un espíritu
deportivo, a los europeos los animaban otras intenciones.
Éstas
se conocen por documentos que se obtuvieron en Brasil, dado que el entonces
Imperio esclavista tuvo intenciones de participar en el bloqueo y por eso en
Río de Janeiro quedaron registrados los objetivos de la intervención. Los había
públicos y secretos; los primeros eran:
·
Defender
la independencia de la banda Oriental
·
Defender
la independencia de Paraguay, y
·
Acabar
con las guerras del Plata.
Sin
embargo, también había objetivos secretos, que eran:
·
Convertir
a Montevideo en una factoría comercial,
·
Obligar
a la libre navegación del Plata y sus afluentes (favoreciendo un monopolio de
hecho de los vapores británicos),
·
Fijar
los límites del estado Oriental, del Paraguay y de un nuevo estado a crearse en
la Mesopotamia, y
·
Deponer
a Rosas si éste no se allanaba a estos objetivos.
Y
además de los objetivos, había otras motivaciones que tenían que ver con la
geopolítica. Por ejemplo, la conquista de Texas por parte de los
norteamericanos a expensas de México, hizo que Inglaterra perdiera esa zona
como productora de algodón para sus manufacturas. Esto podía compensarlo con
plantaciones en Corrientes y en el Paraguay, de paso lavando en el sur la
afrenta que significaba para Francia e Inglaterra su renuncia a enfrentar a los
Estados Unidos. En el caso de Francia, una motivación importante era más bien
psicológica, y tenía que ver con su chauvinismo[i]. Este se manifestaba en forma de arengas en el
parlamento por parte de burgueses que clamaban por victorias militares y
conquistas colonialistas que no necesariamente beneficiaban al país. Tal vez
influía en esta actitud el saber que no eran ellos los que iban a ir a una
eventual guerra. Animémonos y vayan, diría Jauretche.
La Batalla
La
flota que se adentraba en el Paraná constaba de noventa buques mercantes,
protegidos por once navíos de guerra franceses e ingleses, incluyendo tres
vapores y la fragata San Martín, tomada a las fuerzas argentinas en el Río de
la Plata.
En
Obligado, al norte de San Pedro, el río tiene unos 700 metros de ancho y un
recodo pronunciado. Allí, el General Mansilla había hecho tender tres cadenas
apoyadas en lanchones para dificultar el paso de los buques. Se habían
dispuesto tres baterías, con un total de treinta cañones; tres río abajo de las
cadenas, y una río arriba. Los cañones eran pequeños, de calibres que iban de 8
a 20, mientras que los de los invasores eran de 80. Había 160 artilleros y un
ejército de 2.000 hombres, entre fuerzas de línea y milicias. Para cuidar las
cadenas también estaba el bergantín Republicano.
La
San Martín se adelantó para cortar
las cadenas, pero fue alcanzada por varias balas de cañón de los defensores,
que le cortaron la cadena del ancla, logrando precipitarla río abajo con graves
averías.
Los
vapores intentaron entonces abrir el paso; fueron rechazados por el Republicano
mientras tuvo balas, pero luego del mediodía se quedó sin municiones y fue volado para que no cayera en poder del
enemigo. Basados en su poder de fuego superior, las naves invasoras causaron
muchas bajas entre los argentinos, sufriendo escasamente porque apenas eran alcanzadas por las balas de
los pequeños cañones de Obligado. Finalmente el segundo vapor logró cortar las
cadenas.
Las
baterías argentinas siguieron disparando mientras tuvieron pólvora y balas; alrededor
de ellas quedaban los cuerpos de los artilleros que iban cayendo. Según los
partes, a las cinco de la tarde se dispararon las últimas, y lo que siguió fue
una carga desesperada de infantería con armas blancas contra los cohetes y
cañones con metralla, que protegían el desembarco de los ingleses y franceses. Estos últimos contaban con los modernos cañones-ubús
Paixhans, que combinaban velocidad,
precisión y carga explosiva, constituyendo un arma decisiva para la época, ya
que tornaba estéril la carga de formaciones tradicionales de infantería, lo que
originó a posteriori la era de la guerra de trincheras. También usaron cohetes
a la Congreve, que habían descubierto
y perfeccionado los ingleses, ya que en la guerra en India habían sido atacados
con una especie de cañita voladora. En el caso de la Vuelta de Obligado, éstos
tenían carga incendiaria o de metralla.
Estación del Metro de París, inaugurada bajo el nombre de Obligado |
Contra
este armamento, la carga a la bayoneta fue inútil, y terminó a las ocho de la
noche, cuando los confederados argentinos tenían bajas que representaban casi un
tercio de sus fuerzas, entre muertos y heridos. Los franceses se llevaron de
recuerdo algún viejo cañoncito de bronce y unas banderolas que consideraron
trofeo de guerra. Para satisfacer su orgullo, depositaron las banderolas junto
a la tumba de Napoleón en Los Inválidos. Una estación del metro francés recibió
luego el nombre de Obligado. Se cambió por la denominación actual de Argentina,
durante la visita de Eva Perón, cuando
desde estas pampas se proveía a la alimentación de los franceses en las duras
épocas posteriores a la segunda guerra mundial.
Después de la batalla
Las
tropas invasoras no la pasaron bien. Se produjeron otros enfrentamientos en
distintas posiciones fortificadas. En Tonelero, cerca de Ramallo, en San
Lorenzo, y en Quebracho, más al norte. Este último fue el más adverso para la
flota anglo-francesa: varios navíos de guerra fueron seriamente averiados, y
algunos mercantes se hundieron o se prendieron fuego.
Muy
poco pudieron vender –gran parte de la flota mercante abandonó ante los
primeros disparos y no remontó el Paraná- y sólo habían comprado yerba y
tabaco, que luego de la batalla de Quebracho, bajaban flotando por el río junto
con los cuerpos, según dejó redactado en
su parte el general Mansilla.
Los
comandantes de la invasión pidieron 10.000 ingleses y 10.000 franceses más para
continuar la guerra, pero las distintas circunstancias políticas en Europa
hicieron inviable la continuación de las hostilidades en el Plata y el Paraná.
Finalmente
se llegaría a la paz. Fue un resonante triunfo del dictador de la Confederación,
Juan Manuel de Rosas, que se hizo famoso
en el mundo y respetado como nunca en América por la defensa de la soberanía.
Incluso muchos de sus opositores y enemigos reconocieron la importancia de la
gesta. El unitario Martiniano Chilavert se puso a sus órdenes: “el estruendo del cañón de Obligado resonó en
mi corazón; desde ese instante un solo deseo me anima; el de servir a mi Patria
en esa lucha de justicia y de gloria”.
Seguiría hasta el final, y sería fusilado por Urquiza luego de la
batalla de Caseros.
San
Martín legó a Rosas el sable que lo había acompañado en la guerra de la
independencia. Desde Francia, escribió cartas que fueron publicadas en
periódicos franceses e ingleses –que financiaba Rosas- en las que explicaba que
sería muy difícil a un gran ejército europeo mantenerse en Buenos Aires, aunque
pudieran tomar la ciudad. Fue influyente porque su voz de estratega militar era
respetada también en Europa. En una carta que enviara a Rosas cuando el bloqueo
francés, excusaba a los europeos, “pero
–decía- lo que no puedo concebir es el que
haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero
para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos
en tiempo de la dominación española, una tal felonía ni el sepulcro la puede
hacer desaparecer”.
Fuentes
ROSA,
José María. Historia Argentina. Tomo 5.
Editorial Oriente. Buenos Aires. 1973
FONT
EZCURRA, Ricardo. San Martín y Rosas.
Plus Ultra. Buenos Aires. 1965
[i] Chauvin
era un sargento de Napoleón, que profesaba un culto fanático del ejército
imperial. Los burgueses que adoptaban posiciones bélicas en las que no iban a
participar, motivadas por un falso patriotismo, eran llamados chauvinistes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario