lunes, 2 de abril de 2012

San Martín 275. Ciudad de Buenos Aires

Banco Central: Arquitectura gemela y origen inglés


A la izquierda el edificio de la calle San Martín, de 1876.
Al lado la imitación, de 1940, sobre la paralela Reconquista
Ubicados en el barrio de San Nicolás, dentro de la llamada City Porteña, los edificios del Banco Central constituyen un curioso ejemplo de arquitectura gemela. Ahora que se discuten sus funciones y su carta orgánica, cabe recordar que su fundación, en 1935, fue fruto de cláusulas secretas de un pacto que dio a Inglaterra el manejo completo de la economía argentina durante la llamada década infame.

En estos días de debate parlamentario, en los que tanto se menta la independencia del Banco Central argentino con respecto al gobierno de turno, no está de más recordar que en sus orígenes, el BCRA no era independiente, ya que había sido ideado, proyectado y dirigido desde Inglaterra. ¿Será para tanto?, se preguntará el lector incrédulo.
Parece que sí: en 1929, debido a la tremenda crisis económica internacional, los países reaccionaron cerrando sus economías. Inglaterra, que para Argentina era por entonces el principal comprador de productos agropecuarios, decidió adquirirlos en sus dominios imperiales. Así quedó estipulado en los Acuerdos de Otawa, de 1932: Australia, Canadá y Sudáfrica abastecerían de productos primarios a Inglaterra.
El gobierno argentino del general Agustín P. Justo, heredero del golpe de estado de 1930 contra el presidente Hipólito Yrigoyen, con muy poco margen  para presionar, debió presentarse en Londres para negociar con Inglaterra la colocación de los productos primarios argentinos, principalmente la carne y el trigo, en ese mercado. Su enviado fue el vicepresidente, Julio Argentino Roca (hijo), secundado por varios funcionarios vinculados con importantes empresas inglesas con intereses en Argentina. El resultado de estas negociaciones de tres meses fue el polémico pacto Roca-Runciman.
En él se estipulaba que Inglaterra garantizaba la compra de  una cuota no menor que lo adquirido en años anteriores, pero todo ese comercio se haría por medio de frigoríficos ingleses, prohibiéndose la actuación de argentinos en esa actividad, a excepción de pequeñas cooperativas. Esto garantizaba de hecho el monopolio inglés en el comercio de carnes argentinas. De esta forma, Inglaterra manejaría el flete ( a través de los ferrocarriles), la faena, el enfriado, el comercio, los seguros y el transporte marítimo, es decir, casi todo el valor agregado de la cadena comercial y productiva.
Pero el Tratado tuvo otras cláusulas, algunas de ellas, secretas. Éstas tenían que ver con áreas clave de la economía, que aún hoy son temas no resueltos en nuestro país: energía, sistema de transporte, control del crédito y la emisión monetaria. En transportes, por ejemplo, los ingleses obtuvieron la ley de Coordinación, que favorecía a las empresas británicas de tranvías, subterráneos y trenes, ante la fuerte competencia de los colectivos, que habían nacido del ingenio de un taxista a raíz de la crisis, y que  por ser más baratos y más flexibles, le estaban sacando muchos pasajeros a los otros medios.

La creación del Banco Central

Fue otra de las consecuencias del pacto. El modelo de Banco Central que se implementó fue diseñado por Sir Otto Niemeyer, director del Banco de Inglaterra. Era un Banco mixto (parte estatal y parte privado) que le otorgaba a la banca privada de capital británico el control financiero del país. El creado BCRA "le impuso al estado obligaciones (debía poner la mitad de los capitales), pero no derechos: no tenía poder de decisión (sólo cinco directores entre doce) ni la capacidad de tomar préstamos para el gobierno nacional, provincial y municipal" .[1]
De esta forma, la institución que desde 1935 discernía el manejo de las divisas, orientaba el crédito y emitía moneda, no respondía al estado argentino, sino a los intereses del Imperio Británico a través de sus empresas. Si bien nominalmente el Estado Argentino estaba representado, "su directorio estaba compuesto por representantes de las actividades agropecuarias y de los bancos extranjeros y nacionales; pero analizando la composición real de esos bancos y de esas actividades, se caía en la cuenta de que la mayoría de los votos de su directorio estaba en poder de los intereses británicos a través del núcleo de invernadores esclavizados a los frigoríficos extranjeros, de la banca privada ligada al sistema financiero imperial; del gran comercio metropolitano, agente importador de Gran Bretaña y de su Presidente, designado por un Poder Ejecutivo sirviente de los intereses ingleses".[2]
Antes del tratamiento de la ley en el Congreso, el doctor Manuel Fresco, que era presidente de la Cámara de Diputados y a la vez empleado de los ferrocarriles ingleses (esta combinación de empleos no era extraordinaria), viajó a Londres premiado por la empresa en la que trabajaba. Allí un empresario le preguntó por el estado parlamentario de la ley de creación del BCRA y le requirió su opinión sobre Raúl Prebisch, quien sería el presidente de la entidad bancaria. Según reconoció el mismo diputado, más que Fresco se quedó frío, ya que ni conocía a Prebisch, ni tenía idea de la existencia del proyecto de creación del Banco, pese a que muy poco tiempo después sería aprobado por la cámara que él presidía.[3]
Otros historiadores presentan un punto de vista más moderado. Según Robert Potash, no todas las indicaciones inglesas fueron aprobadas en el Congreso. Incluso, muchas de ellas se incluyeron más que nada debido a que las propuestas  extranjeras tenían más prestigio que las originadas en el país. Así lo reconoció el propio ministro de Finanzas de la época, Federico Pinedo: "Sabíamos que por una curiosa modalidad del espíritu colectivo, en ese momento se facilitaba la adopción de las iniciativas del gobierno si podíamos presentarlas como coincidiendo en mucho con lo aconsejado por el perito extranjero".[4] Agrega el historiador norteamericano que "esta actitud hacia los modelos extranjeros aún no ha desaparecido totalmente de Argentina".[5]
El pacto Roca–Runciman tuvo en el Congreso, con el radicalismo ausente, una vehemente oposición del senador Lisandro de la Torre, que representaba a los productores agropecuarios del litoral y se oponía al monopolio inglés de los frigoríficos. El intento de asesinato de que fue objeto en el recinto mientras denunciaba estos negociados derivó, por mala puntería, en la muerte de su compañero de bancada Enzo Bordabehere. La historia de este episodio puede verse en la película Asesinato en el Senado de la Nación (1984), de Juan José Jusid, con Pepe Soriano como De la Torre y Miguel Angel Solá como el matón al servicio de los conservadores, comandados por los ministros Federico Pinedo (de finanzas) y Luis Duhau (de agricultura).
Tal vez, para algunos, estos apellidos aún suenen  familiares.

Los edificios del BCRA

La fachada sobre San Martín a fines
del siglo XIX. Es el edificio bancario
más antiguo de Buenos Aires.
Cuando fue creado, en 1935, el Banco Central ocupó una construcción que había sido levantada para ser sede del Banco Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires. Este edificio, erigido en 1872, queda en la calle San Martín 275 y aún es utilizado. Constituye la edificación bancaria más antigua de la ciudad de Buenos Aires que aún está en pie. Las obras, que demandaron cuatro años, se completaron en 1876, y son un exponente de la corriente italianizante del segundo período. La fachada es monumental, con columnas y pilastras que abrazan los dos pisos. Desde el hall central, y a través de la balaustrada del primer piso, puede verse una galería con los retratos de quienes fueron presidentes de la entidad.
En 1937 se reformó una fracción del contrafrente y en el centro de la manzana se construyó el anexo, al que se denominó Central, que es una torre con características racionalistas. En 1940  se construyó el frente opuesto, en Reconquista 266, que imita la fachada del edificio más antiguo, el de San Martín.[6]
De esta forma se configura un eje que conecta ambas caras de la manzana, con dos fachadas muy similares, de lenguaje monumental, con largas columnas, pilastras y balaustradas; y una torre central en el centro de la manzana, de estilo racionalista, que une estos dos edificios.


Notas



[1]  Wischñewvsky, Sergio. Historia crítica del Banco Central.
[2]  Ramos, Jorge. Revolución y Contrarrevolución en la Argentina.
[3]  Torres, José Luis. La oligarquía maléfica.
[4]  Pinedo, Federico. En tiempos de la República.
[5] Potash, Robert. El ejército y la política en la Argentina. 1928-1945.
[6]  Banco Central de la República Argentina. Página web oficial.




Bibliografía


Banco Central de la República Argentina. Página web oficial. Disponible en http://www.bcra.gov.ar/

Pinedo, Federico. En tiempos de la República. Editorial Mundo Forense. Buenos Aires. 1946

Potash, Robert. El ejército y la política en la Argentina. 1928-1945. Sudamericana. Buenos Aires. 1984

Ramos, Jorge. Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Plus Ultra. Buenos Aires. 1972

Torres, José Luis. La oligarquía maléfica. Ediciones Centro Antiperduélico Argentino. 1953

Wischñewvsky, Sergio. Historia crítica del Banco Central, en  Diario Crítica. Buenos Aires. 2010, disponible en http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=38148

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