Los buscadores de prestigio
La
única casa diseñada por Le Corbusier en Iberoamérica, actualmente utilizada por
el Colegio de Arquitectos de la Provincia, está en la calle 53, justo en la
principal entrada al eje cívico de La Plata desde el bosque. Fue el fruto de
los afanes de un médico que estudió y vivió en esta ciudad, y del arquitecto
suizo-francés Le Corbusier, definido por algunos como el Picasso de la
arquitectura moderna. Para el europeo, su construcción era una muestra con la
intención de convencer al peronismo para que implementara su plan integral para el diseño
de Buenos Aires. Éste incluía, entre otras cosas, aspectos del actual Puerto
Madero, la Ciudad Universitaria e incluso una “aeroisla” en remplazo del
aeroparque metropolitano.
Los avatares de la realización de
esta casa, única en toda Iberoamérica y que visitan todos los días los aficionados
y estudiantes de arquitectura, están determinados por las particulares
biografías de dos hombres: el doctor Pedro Curutchet, quien encargó la obra, y
Le Corbusier, quien envió los planos desde Francia. Como se verá, en estas
historias de vida, y en la historia de esta casa, intervienen personajes e
instituciones tan disímiles como Victoria Ocampo, Juan Domingo Perón, la
facultad de Medicina de La Plata, el comunismo soviético, el modernismo
arquitectónico, el gobierno de la India o Benito Mussolini.
Frente de la casa. La fachada oculta el ventanal del consultorio. |
El médico
Pedro Curutchet era un médico que,
nacido en Las Flores, se había recibido en la Universidad Nacional de La Plata.
Como facultativo no encontró mucho reconocimiento en la ciudad que lo había
alojado desde niño, y debió instalarse en Lobería, donde durante veinte años
ejerció la actividad. A fines de los cuarenta obtuvo algún prestigio al
introducir modificaciones en las técnicas operatorias de cierto tipo de quiste
pulmonar. En 1948, con la publicación de un libro sobre ese tema, comenzó a
vislumbrar su retorno, más bien triunfal, a la ciudad de sus años de
estudiante.
Quiso hacerlo a lo grande: le
escribió nada menos que a Le Corbusier, con la intención de interesarlo para
que diseñara los planos de su casa-consultorio. Ya se había asegurado de que el
terreno estuviera en la principal entrada de la ciudad viniendo desde el
bosque, es decir, desde la Universidad. Su intención era que el edificio fuera
un símbolo y una provocación; tanto para el establishment académico de La
Plata, que no lo había reconocido al principio, cuanto para el gobierno
peronista, al que aborrecía por causas ideológicas y económicas. Pero:
¿Accedería Le Corbusier a considerar el encargo?
El arquitecto
El arquitecto francés Le Corbusier
había nacido en Suiza y se llamaba Charles Jeanneret-Gris. Su padre, bastante
poco original en ese ámbito, trabajaba en la industria de los relojes. Charles,
por su parte, comenzó sus estudios en su ciudad natal, pero luego viajó por
toda Europa. A los 29 años se estableció en París, se nacionalizo francés y
adoptó su famoso seudónimo, por asociación con el apellido de su abuelo
materno, aunque modificándolo levemente para que, en francés, aludiera a la
palabra cuervo.
Deslumbrado por los automóviles y
los aviones, proclamó que las casas debían ser “máquinas de vivir”, y se dedicó
a desarrollar los principios de su arquitectura como una apuesta al futuro. Sus
postulados, en su ambicioso proyecto, debían servir para orientar y mejorar la
experiencia de vida de las futuras generaciones.
En 1926 presentó los llamados “cinco
puntos de la nueva arquitectura”. Utilizando la novedosa tecnología del
hormigón armado en la concreción de los proyectos, estos principios eran: la
planta baja sobre pilotes y liberada para el uso y estacionamiento de
vehículos; la planta libre de condicionantes estructurales, basada en losas
sostenidas por pilotes para que el diseñador colocara en cada piso las
divisiones con total libertad; la fachada independiente, con la estructura
principal retirada del cuerpo de la misma; los ventanales alargados, ocupando
todo el ancho del edificio y, finalmente, la terraza jardín, para devolver a la
naturaleza parte del espacio ocupado por la construcción.
Rampa hacia el consultorio. En el centro el tronco del árbol |
Política
El doctor Curutchet se había
vinculado en los años 30 a alianzas anti-fascistas, que terminaron enfrentando
al peronismo en la década siguiente. Ya con ese partido en el poder la política
oficial de congelar los arrendamientos rurales iba a perjudicar al médico -que
se había comprado unas setecientas hectáreas de campo- y a acentuar su
tendencia opositora.
Pensó entonces que levantar una casa
con diseño de vanguardia iba a ser una especie de manifiesto liberal contra el
gobierno peronista, al que veía como aliado del fascismo y conservador al
extremo en lo formal. De esta forma, su casa-consultorio sería no sólo una
provocación a la comunidad universitaria platense -dado que pretendía erigirse en
una especie de academia alternativa- sino también una afrenta hacia un gobierno
al que percibía como una tiranía.
Paradójicamente, si Le Corbusier
aceptó el encargo, fue precisamente porque deseaba seducir al peronismo en el
poder, con el que estaba en tratativas para implementar su diseño de desarrollo
integral de Buenos Aires. Es así que, ante la carta de Curutchet solicitando
sus servicios, el arquitecto le remite una contestación en la que se muestra
mucho más sincero que humilde, y tal vez abusa de los gerundios. Le dice que
“habiendo establecido el plan de Buenos Aires en 1938-39, que está actualmente
siendo considerado por el gobierno, estoy interesado en la idea de realizar en
su casa una pequeña obra maestra de simplicidad, de conveniencia y de armonía”.
Los intentos de seducción a
distintos gobiernos eran una actitud necesaria para un teórico que, como Le Corbusier,
postulaba desarrollos de ciudades enteras. Esto ocasionó frecuentes confusiones
acerca de su pensamiento político. Es que en realidad sus proyectos
arquitectónicos tenían mayores posibilidades con aquellos gobiernos que
propusieran una importante planificación estatal de la arquitectura de las
ciudades. De hecho, a la vez que trataba de venderle un proyecto a Mussolini,
estaba construyendo la sede de la Administración de Agricultura en la Moscú
soviética.
A Argentina había llegado en 1929
para dictar una serie de conferencias. Obviamente que en el puerto lo esperaba
Victoria Ocampo, a quien intentó venderle un par de proyectos (un pequeño
rascacielos y un departamento con piscina incorporada) que no llegaron a
concretarse. En Francia ya lo habían visitado algunos de los argentinos
millonarios, entre ellos Ricardo Güiraldes, que asolaban París a principios de
siglo, y se había tentado con el brillante porvenir que representaba el granero
del mundo ante una Europa hundida en sus guerras.
Para Le Corbusier, Buenos Aires
tenía que verse desde el río como una hilera de torres vidriadas –“la ciudad de
los negocios”- desplazadas hacia el sur del centro porteño. La idea era
revitalizar la zona del Riachuelo y vincularla con Avellaneda. Otras propuestas
eran: una autopista norte-sur, una de circunvalación –la actual General Paz-,
la instalación de un aeropuerto sobre el río –que se intentó llevar a cabo en
los noventa, bajo el nombre de “aeroisla”-, la Ciudad Universitaria y un puerto
en Avellaneda, que hoy también existe con el nombre de Terminal Exolgan.
Pero los avatares de la crisis
económica internacional y de la política argentina impidieron que los planes se
llevaran a cabo. Le Corbusier se dedicó a otros asuntos, delegando el proyecto
argentino en sus discípulos. Los principales fueron el catalán Antonio Bonet y
los argentinos Kurchan y Ferrari Hardoy, que en Buenos Aires conformaron el
Grupo Austral como herramienta para difundir la arquitectura moderna. Juntos
diseñaron la silla BKF, bautizada con las iniciales de los tres, que tuvo su
prestigio en el ámbito del diseño internacional, especialmente en los Estados
Unidos.
Estos representantes de Le Corbusier
en Buenos Aires estuvieron a punto, a fines de los cuarenta, de concretar el proyecto
para la ciudad. Fue cuando un amigo de Ferrari Hardoy asumió como Secretario de
Obras Públicas de la Municipalidad. Entonces las propuestas del francés volvieron
a tenerse en cuenta. Y aunque resultó que al final de la evaluación el
funcionario peronista no aceptó que Buenos Aires fuera planificada por un
extranjero, esta expectativa sirvió para que Le Corbusier accediera a diseñar
la casa de Curutchet, como una manera de mostrar una obra en Argentina y su
disposición a trabajar en el país.
Pero el proyecto no iba a
realizarse, y la frustración de los planes porteños enojó al francés y lo
distanció de los arquitectos del Grupo Austral, a los que llegó a tratar de “traidores”
y “pobres diablos”. Sin embargo, una buena noticia le llegaba desde Asia: el
nuevo gobierno de la India lo contrataba para diseñar integralmente la ciudad
de Chandigarh, capital de dos estados en ese país. El proyecto indio ocupó todo
su tiempo y empeño desde 1951 hasta su muerte en 1965.
La arquitectura de la casa Curutchet
Mientras tanto, en La Plata, el
médico se la pasó disputando con los arquitectos encargados de la realización
de las obras según los planos de Le Corbusier, quien había sugerido a los del
Grupo Austral o a Amancio Williams.
Curutchet eligió a este último, hijo
del músico Alberto Williams y bisnieto de Amancio Alcorta, pero al tiempo lo
despidió. Lo mismo le ocurrió a su sucesor. La construcción se demoraba, la
casa tenía goteras, los caños perdían agua.
Sin embargo, en esa pequeña casa de
La Plata, se lograron plasmar los cinco principios fundamentales del teórico
francés.
Como puede entreverse en la película
argentina El hombre de al lado,
filmada en la casa, la planta baja queda libre y se accede al primer piso por
medio de una rampa. Este primer piso se divide en dos cuerpos: al frente el
consultorio, al fondo un hall con las escaleras para subir a la vivienda, que
se halla en los dos pisos superiores. En el segundo está la cocina, el comedor
y el estar, mientras que en el tercero se encuentran los dormitorios y el
escritorio. A su vez, la terraza del consultorio, en el primer cuerpo, se
transforma en un jardín-terraza, al que se accede desde el segundo piso de la
vivienda. De esta forma cumple con otro principio: devolver a la naturaleza un
espacio verde, en compensación del utilizado para la construcción.
Además, todo
el frente del consultorio está ocupado por enormes ventanales (otro de sus
principios), pero esto no se ve desde el exterior ya que la fachada, compuesta
por un brise-soleil que enmarca el paisaje y protege del sol, oculta además el
ventanal de la vista de los observadores externos. Cumple de esta forma con
otro postulado, que es el que sostiene que la fachada debe ser independiente de
la estructura del edificio.
Plano del segundo piso |
Además, la
casa cuenta con un árbol que ocupa el centro de la misma, entre los dos
cuerpos, y brinda sombra a la terraza-jardín.
La residencia pudo ser habitada
recién en 1954, pero las dificultades y refacciones siguieron aún por algunos
años. Pese a todo, Curutchet quedó conforme. En 1957 le escribió al arquitecto
francés:
“El público general –le cuenta en su
carta- va comprendiendo cada vez más esta obra que a muchos les pareció tan
extraña al principio. Esta es ‘la casa de Le Corbusier’; me honra ser el
propietario. Así lo digo y quiero que se repita. Ud. puede hacer cualquier indicación
que será cumplida y agradecida. Es y seguirá siendo su casa”.
Bibliografía
Casa
Curutchet.net. Sitio web
Colegio de
arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Sitio web, disponible en http://www.capba.org.ar/curutchet/casa-curutchet-presentacion.htm
Hobsbawm,
Eric. Historia del Siglo XX. Crítica. Buenos Aires. 1998
Liernur,
Jorge (y otro). La red austral. Obras y proyectos de Le Corbusier y sus
discípulos en Argentina (1929-1964). UNQUI. Buenos Aires. 2009