martes, 28 de febrero de 2012

Sierra Chica. Provincia de Buenos Aires

La Gran victoria de los  Pampas


Sierra Chica, cerca de Olavarría, es conocida por su explotación de canteras de granito rojo y por el complejo penitenciario. Pero allí, en 1855, tuvo lugar el combate del mismo nombre, entre las  fuerzas militares de la Provincia, y las tribus de Catriel, Cachul y Calfulcurá. La catastrófica derrota del General Mitre en esa ocasión, pese a que se había hecho "responsable hasta de la cola de la última vaca", hizo retroceder la fronteras a límites anteriores al gobierno de Rosas. También determinó el retorno de la política de pactos con ciertas tribus, a las que se intentó utilizar políticamente como fuerza de choque.



Ansí en mi moro, escarciando,
Enderecé a la frontera.
Aparcero, si usté viera
Lo que se llama cantón...
Ni envidia tengo al ratón
En aquella ratonera.

José Hernández. El gaucho Martín Fierro



Antecedentes


            Todos tenían grandes esperanzas depositadas en Bartolomé Mitre. El entonces coronel y ministro de guerra iba a debutar en el campo de batalla y, como si fuese Cassius Clay o Ringo Bonavena, antes del combate se plantó en Azul con un látigo en la mano y en un discurso memorable proclamó que esa arma le bastaba para terminar con los indios y que se hacía responsable hasta de "la cola de la última vaca de la provincia"[1].
            Mitre había llegado al Azul con poderosas fuerzas (900 hombres de las tres armas) y se disponía a escarmentar a Calfulcurá (Piedra Azul), quien  había alentado los malones del último año contra las poblaciones y estancias de Tres Arroyos, Bahía Blanca, 25 de Mayo, Bragado y el mismo Azul, causando  terror entre los habitantes del oeste y el sur de la provincia de Buenos Aires. Estos ataques, como siempre ocurrió, estaban relacionados con la situación política del país: tras la caída de Rosas se desmoronó el sistema que éste había ideado para tratar con las distintas etnias, basado en un trato amistoso con Calfulcurá, quien recibía las prestaciones del estado bonaerense y las distribuía entre los otros grupos, y en la fortificación de los ríos Colorado y Negro para cortar el paso de ganado robado hacia Chile, donde podía ser vendido. Luego de la batalla de Caseros ambas políticas fueron  abandonadas y el jefe indio, al no recibir los víveres y ver el camino libre para comerciar el ganado, comenzó a alentar los malones[2].
            Por su parte Buenos Aires, que ya se había separado de la Confederación de Urquiza, culpaba a éste de ser socio de Calfulcurá para perjudicarla. Cuando en realidad, apenas uno intentaba comprender la actitud de los pueblos pampas notaba que no tenían otra opción que actuar de esa manera para alimentar a su población y de paso aprovechar las ventajas comerciales.

La batalla de Sierra Chica


            Y allí vá Mitre a buscar a los maloqueadores Catriel y Cachul. Según cuenta Alvaro Yunque, el plan ideado es que él sorprenda "las tolderías de Cachul y Catriel en el sur, ayer indios mansos, hoy componentes de la confederación de Calfulcurá. El coronel Laureano Díaz, con una división del ejército, flanqueará esas tolderías y se reunirá con Mitre para exterminarlos. Pero Mitre no sorprende a Cachul y Catriel. Por el contrario, éstos lo reciben dispuestos a la batalla. Se la dan, huyen, según su táctica de pelea, y cuando los soldados se entregan al saqueo de los toldos son sorprendidos por un nuevo ataque y derrotados"[3].         Entonces Mitre debe retroceder y sólo encuentra salvación ascendiendo con lo que queda de sus tropas a Sierra Chica, una colina de mediana elevación que se distingue a simple vista desde Azul. Allí queda absolutamente sitiado por los indios el 31 de mayo de 1855. Es entonces cuando desde esta elevación del terreno los vigías divisan una polvareda y festejan. Sin duda, piensan, se trata de las tropas de Díaz, que vienen en su ayuda.
            Pero las malas noticias no cesan. No es Díaz quien llega, sino el mismísimo Calfulcurá, que al frente de 500 guerreros se ha infiltrado entre Díaz y Mitre y marcha a aniquilar a este último. La huida se hace perentoria. El mismo Mitre admite que escaparon por la noche intentando  que el cacique no llegara a organizar el ataque. El entonces ministro de guerra cuenta que "antes de marchar, se ordenó dejar encendidos todos los fogones, dándoles pábilo con grasa de potro para que durasen más y dejando en pie dos tiendas de campaña, lo que unido a la mancha negra, producida por 1.200 caballos que encerraba el cuadro, formaba una ilusión completa"[4].
            Es decir, una huída poco decorosa, dejando en poder del enemigo la artillería y la caballada.
            Ya nadie se acordaba de las colas de las vacas.

Johnny, la gente está muy loca


            Las festividades que la victoria aplastante  desató  entre las huestes de Catriel y Calfulcurá fueron  de una magnitud tal que las fiestas de las publicidades de Gancia, en comparación, quedarían reducidas a ingenuos pijamas parties.
            La nación que comandaba este último e incluía a todos los grupos araucanizados de la pampa quedó, luego de Sierra Chica, virtualmente dueña del terreno. Podía seguir adelante con los malones o pactar con los cristianos desde una posición muy ventajosa. Incluso podía arreglar pactos entre los cristianos y Catriel, y al mismo tiempo continuar arreando ganado para comerciar en Chile, ya que no había impedimento militar para llevarlo por la llamada "rastrillada de los chilenos".
            Por otra parte, entre los cristianos el terror aumentó aún más. Según el ingeniero francés Alfredo Ebelot, que trabajó luego en la campaña de Adolfo Alsina y Julio Roca,  Mitre permaneció en Azul "absteniéndose de toda salida y permitiendo que los aborígenes se apoderaran de todas las vacas que pastoreaban en el sur y en el oeste de la provincia". Agrega que el militar vencido "se apresuró a regresar a Buenos Aires donde sonoros triunfos como tribuno resarcieron rápidamente al hombre político de los contratiempos del ministro de guerra"[5]. José María Rosa coincide: "el regreso de Mitre resultó triunfal. Se disculpó con una frase histórica: 'el desierto es inconquistable'; se le agasajó con un gran banquete ofrecido por Sarmiento y su prestigio como jefe de la juventud progresista llegó a la idolatría"[6].
            Sin embargo Mitre, que en la prensa disimuló el desastre, fue veraz en sus partes. En su informe al gobernador consignó que: "Para ocultar la  vergüenza de nuestras armas he debido decir que la fuerza de  Calfulcurá ascendía a 600, cuando ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la división del centro no pasase de 600, aún cuando tuviese más de 900 hombres, dos piezas de artillería y 30 infantes" (...) "He dicho también que por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenía regulares" (...) Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien ha encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio"[7].



Consecuencias: la frontera de Martín Fierro


            Tal como afirma Alfredo Ebelot, "esta jornada de Sierra Chica no fue una derrota común", debido a que "los amigos del General Mitre no podían dejar de exagerarse a sí mismos la importancia militar de las tribus indígenas después de la ruda lección inflingida por ellas al hombre distinguido que reconocían como jefe. Como primera medida se trató con los caciques Catriel y Cachul, se les dio tierras, raciones, una paga militar, bajo condición de que prestarían su concurso contra invasiones de afuera. Comenzó a tomar forma la teoría de que sólo los indios podían tener éxito sobre los indios"[8].
            Esto se tradujo en un sistema totalmente ineficiente de control de la frontera, basado en fuertes de barro sobre una línea ideal, que eran habitados por gauchos a quienes se llevaba por la fuerza y en forma totalmente arbitraria, a quienes ni se les pagaba, ni se los alimentaba ni se los vestía correctamente. De esta forma, el poder político se reservaba el derecho de utilizar para sus propios intereses o los de sus figuras regionales, a los gauchos (debían allanarse  para no ser llevados por la fuerza a los fortines), y a ciertas tribus (a las que se hacía tomar parte en revueltas y revoluciones a cambio de entrega de paga y productos).
            Ebelot afirma en artículos escritos para la  Revue des Deux Mondes, que los indios pasaban esa línea: "dónde y cuando quieren. Su entrada sólo es notada –si lo es- cuando ya irremediablemente galopan hacia las estancias. Tentar alcanzarlos sería dejarse engañar por una esperanza quimérica: ellos están muy bien montados y los soldados bastante mal. Estamos reducidos a esperarlos a la salida, tratando de adivinar por cuál  punto saldrán. Es un calculo de probabilidades que dá noventa contra diez de no caer en el sitio justo".
            También nos cuenta el francés cómo la corrupción complicaba las cosas, dado que los víveres no llegaban a los indios, que entonces salían a robar para comer. La cosa era así: el estado designaba a un proveedor (siempre un favorito de la facción política de turno) de los víveres de la tribu. Este le daba al cacique sólo una parte de lo acordado, mientras que el cacique firmaba por el total, repartiéndose entre ambos la diferencia. De esta forma, el proveedor se enriquecía ilícitamente y el cacique podía mantener sus gastos elevados. El único problema era que los alimentos no llegaban a la tribu, pero lo solucionaban los indios saliendo a robar, ante la indiferencia del cacique. Según Ebelot,  "el jefe de frontera conocía perfectamente estos vergonzosos negocios y los toleraba a veces por connivencia y más a menudo por no disgustar al cacique a quien la contraseña ordenaba tratar con miramiento, y al proveedor, cuya cólera era temible. En efecto, bajo la administración del General Mitre los proveedores del ejército rápidamente enriquecidos –por otra parte, se adivina, mitristas fervientes- formaban una poderosa corporación que ocupaba todas las avenidas del poder y con la cual era imprudente no contar"[9].
            En cuanto a la batalla de Sierra Chica y sus consecuencias, algunos van más allá y se permiten dudar. Dicen que tal vez Mitre no quiso ganarla. Así, José María Rosa sostiene que "por baja que fuera la moral de los soldados porteños y discutibles las condiciones militares del jefe, sólo puede atribuirse la derrota a un propósito deliberado de Mitre. Las armas de los cristianos eran superiores, sus caballos equivalentes y el número doblaba al de los borogas". Para este historiador, su derrota inició la política de los cantones. En ellos, los gauchos "que no andaban políticamente con el juez de paz, y compadritos sin padrinos en el gobierno, eran arreados sin consideración a su conducta social ni a su estado civil. Con malas armas y pésimos caballos enfrentaban a los indios. Fue, lógicamente, un matadero de criollos, presumiblemente para preparar la Argentina civilizada sin gauchos ni orilleros que anhelaban los progresistas"[10].
            O, como escribiera Domingo F. Sarmiento al mismo Mitre: "no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos"
            O, como concluye el mismo Rosa: "Martín Fierro no es un poema de imaginación".
           

Más de un siglo y medio pasó sobre el país y sobre la Sierra Chica de Olavarría. La pequeña elevación se pobló de inmigrantes que explotaron sus piedras, se enriqueció con la floreciente agricultura y también sirvió de escenario a terribles y sangrientos motines que tuvieron lugar en sus unidades carcelarias.
            En tanto, en el país fue creciendo en importancia un relato, que a todos nos enseñaron en las escuelas: intrépidos caballeros civilizadores habrían  lucharon heroicamente, año a año, contra un grupo desorganizado de bárbaros desalmados que sólo querían el atraso y el oscurantismo. Y sin embargo, al revisar los archivos nos encontramos con acontecimientos similares a éste.
            ¿Tocar a nuestro concepto de la historia argentina por una batallita contra unos indios?, interrogará el lector.






Notas




[1] Ebelot, Alfredo. Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras, p.24.
[2] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo II. p. 150.
[3] Yunque, Alvaro. Calfulcurá. p. 241.
[4] Archivo del General Mitre.
[5] Ebelot. Op. Cit., p 25.
[6] Rosa, Op. Cit. p 151.
[7] Ibídem.
[8] Ebelot. Op. Cit. p25.
[9] Ebelot. Op. Cit. p28.
[10] Rosa. Op. Cit. p 151

 


Bibliografía



Archivo Mitre. Buenos Aires

Ebelot, Alfredo. Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras. Plus Ultra. Buenos Aires. 1968.

Rosa, José María.  Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires. 1973.

Yunque, Alvaro.  Calfulcurá. La conquista de las pampas. Ediciones Zamora. Buenos Aires. 1956.

Índice

Las notas del blog, por orden alfabético


Laguna Kakel Huincul, en el partido de Maipú


Mercado Central. Quinta Los Tapiales


México 524

Posadas y Bioy Casares. La casa de los Bioy


Sierra Chica. La gran victoria de los Pampas


Tratado de Miraflores



Tratado de Miraflores

Texto completo de las Paces de Miraflores firmadas por el Gobernador Rodríguez con los indios de la frontera de Kaquel Huincul, representados por el hacendado Francisco Ramos Mexía. Ver la historia de la relación entre Ramos Mexía y los indios en Laguna Kakel Huincul. La llave de la pampa



PACES DE MIRAFLORES
[7 de marzo de 1820]

Convención estipulada entre la provincia de Buenos Aires y sus limítrofes, los caciques
de la frontera del sud de la misma Provincia con el objeto de cortar de raíz las presentes desavenencias ocurridas entre ambos territorios y de establecer para lo sucesivo bases firmes y estables de fraternidad y seguridad recíproca bajo los siguientes artículos:


1° Se reconoce á este propósito en la persona del Brigadier general D. Martín Rodríguez la representación del Gobierno y Provincia de Buenos Aires.
2° Igual representación de los Indios reconoce este en las personas de los caciques Ancafilú, Tacuman, y Trirnin, por sí y como autorizados por públicos parlamentos en el campo de las Tolderias del Arroyo de Chapaleofú por los otros caciques Currunagüel Anquepan, Suan, Trintriloncó, Albuñé, Lincon, Huletrú, Chañaa, Calfuiyan, Tretuc, Pichilonco, Cachul, y Luiay, que no se han apersonado sino por medio de aquellos.
3º La paz y buena armonía que de tiempo inmemorial ha reinado entre ambos territorios queda confirmada y ratificada solemnemente sin que los motivos que impulsan esta manifestación puedan perturbarla en lo sucesivo.
4º Se declara por línea divisoria de ambas jurisdicciones el terreno que ocupan en esta frontera los hacendados, sin que en adelante pueda ningún habitante de la Provincia de Buenos Aires internarse mas al territorio de los indios.
5º Los caciques se obligan á la devolución de las haciendas que se llevaron y existen de esta parte de la sierra, debiendo salir mañana una partida de veinte hombres á recibirlas y conducirlas hasta esta Fortaleza, donde se repartirán á sus respectivos dueños, y quedando en este mismo acto comisionado el cacique Tucumán con un lenguaraz para trasladarse á la otra parte de la sierra á recibir de aquellos caciques las que se hallen en aquella parte.
6° Los hacendados de esta frontera, franquearán su territorio y el necesario auxilio á todos los indios que quieran venir á ellos á los comunes trabajos de nutriar y otros semejantes, con tal que entre ellos venga siempre uno encargado de evitar todo daño á los hacendados.
7º Con la misma ocasión se compromete el Gobierno de Buenos Aires á recomendar á sus súbditos la mejor comportación con los indios en sus tránsitos comerciales.
8º Los indios respetarán las posesiones y territorio de los hacendados del Sud, como propiedades de la Provincia de Buenos Aires, y esta la de los indios ultra de las posesiones territoriales expresadas en el art. 4º en que se demarcan los límites respectivos.
9º Los caciques se obligan para lo sucesivo prender y entregar al comandante de la guardia mas inmediata á los desertores, ó criminales que vayan á refugiarse á sus campos.
10º. Las partes contratantes se obligan á guardar religiosamente cuanto contienen los precedentes artículos. Y porque así, lo cumplirán, firman dos de un tenor; uno para cada una de las partes contratantes, y haciéndolo á nombre de todos los caciques el ciudadano D. Francisco Ramos Mexia en el campo de Miraflores á 7 de Marzo de 1820.

MARTÍN RODRÍGUEZ.
Francisco Ramos Mexia. Juan Ramón
de Ezeiza. - A ruego, y como testigo
de D. Domingo Lastra: José Manuel
Vidal.
P. D. — Francisco Ramos Mexia protesta sobre el compromiso de los indios en cuanto
al artículo noveno por no haber estado presente en ese momento.
[Gaceta de Buenos Aires, número del 12 de abril de 1820. Registro Nacional, Buenos
Aires 1820, t. I, p. 544. Documento Nº 1406.]
.-.-.-.
En: Grau, Carlos A. El fuerte 25 de Mayo, en Cruz de Guerra. La Plata, 1949. 

lunes, 20 de febrero de 2012

Laguna Kakel Huincul, en el partido de Maipú

La llave de la pampa



Hoy es una laguna que se ve al costado de la ruta 2 cerca del peaje de Maipú, a la izquierda según se va a Mar del Plata, a veces prestigiosa y a veces despreciada por los pescadores. Pero allá por 1820 sus proximidades fueron la llave de las riquezas más importantes del país. En ella y por ella se pelearon Rosas, el gobernador Martín Rodríguez, las tribus llamadas pampas y el singular ganadero adventista Francisco Hermógenes Ramos Mexía. Allí se firmó el famoso tratado de paz de Miraflores, cuya violación por Martín Rodríguez, también allí mismo, iba a desatar la sanguinaria guerra de exterminio entre indios y huincas que finalizaría recién con las campañas de Alsina y Roca.


            Enero de  1821. Francisco Ramos Mexía se dirige al campamento de las fuerzas del gobernador Martín Rodríguez, cerca de su estancia Miraflores, en las orillas de la laguna de Kakel Huincul.
            Rodríguez está de regreso de su fallida campaña contra los pampas y ha querido vengarse atacando a los pacíficos indios que trabajan en la estancia de Ramos Mexía. Aquellos han  intentado defenderse, pero el estanciero los ha desalentado prometiéndoles conseguir su libertad.
            Para eso va a entrevistarse con  Rodríguez. Pero al llegar al campamento el panorama que encuentra cambiará su vida, como también las futuras relaciones entre cristianos e indios: más de ochenta de sus colaboradores pampas  han  sido asesinados y sus cuerpos están esparcidos por el campo. El gobernador no le dá explicaciones, salvo que todos han intentado escapar. En cambio, lo hace prisionero y lo mantiene recluído bajo arresto domiciliario en su chacra de Los Tapiales. Para Ramos es el trágico fin de su proyecto; una estancia en territorio pampa, en tierras adquiridas a las tribus, y produciendo en condiciones de paz y amistad. Para el país, es el comienzo de una sangrienta guerra que durará más de medio siglo.

La historia de Ramos


            Francisco Hermógenes Ramos Mexía (Pancho Ramos lo llamaban los indios), había nacido en Buenos Aires en 1773, y estudiado en Chuquisaca, donde había cursado sus estudios de Filosofía, Teología, Lógica y Leyes  junto con, entre otros, Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Mariano Moreno. Al retornar al Plata le compró a Altolaguirre la chacra de Los Tapiales, que hoy día da nombre a una localidad del partido de La Matanza y se encuentra dentro del predio del Mercado Central de Buenos Aires.
            Pero a finales de la década de 1810, luego de la revolución de mayo, con la que simpatizó, Ramos Mexía decidió  establecer una estancia más allá de la frontera con el indio, que en esos años estaba a la altura del Río Salado, vigilado por el fuerte de Chascomús. Con ese objetivo se trasladó a unos doscientos setenta kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en un viaje de una semana, para parlamentar con los pobladores indígenas del lugar. Con él iba el gaucho veterano de las guerras de independencia y baqueano, José Luis Molina, que sería luego su capataz. En el parlamento Ramos les dijo a los pampas que tenía intención de comprar la tierra al gobierno y a ellos mismos, si es que estaban de acuerdo; que si ellos lo consentían él se establecería allí con su familia; que las tolderías que estaban en su propiedad podían permanecer y que enseñaría a quienes estuvieran interesados, trabajos que él había aprendido. Los pobladores del lugar estuvieron de acuerdo, y entonces Ramos Mexía fue en busca de su familia y fundó la estancia que llamó Miraflores, en recuerdo de una propiedad que había tenido en Chuquisaca.
            La cosa funcionó. Muchos indios trabajaron para él en su establecimiento y muchos aceptaron su catecismo, que era una herejía para la época, y que indios y gauchos llamaban la "ley de Ramos". Esta se basaba en una interpretación  de la Biblia, según la cual Jesucristo iba a retornar a nuestro mundo, literalmente, para producir la salvación y la resurrección de los muertos. También prohibía el trabajo los sábados, que se consideraba el séptimo día, por lo tanto, de descanso.
            Por estas particularidades, muchos lo consideraron un filántropo, otros un hereje, otros un pionero puritano, a la manera de los norteamericanos, pero también es cierto que detrás de todo esto existía un buen negocio.
            Y es que estos campos próximos a la laguna de Kakel Huincul, eran considerados clave para la expansión de los ganaderos bonaerenses por varias razones. Entre ellas, que era fuente de agua en el camino desde Buenos Aires a la sierra de los Padres; que poseía excelentes  campos para pastoreo de caballada y engorde de ganado; que desde allí podía tomarse hacia las Salinas Grandes, en el sur de La Pampa, de donde se obtenía la sal que utilizaba la principal industria bonaerense, la de los saladeros de carne; que si se estaba en buenas relaciones con las tribus del lugar podía obtenerse mano de obra barata y que tal vez aún se encontrasen por la zona manadas de ganado cimarrón de las que apropiarse. Kakel Huincul se ha traducido del araucano como Loma Solitaria, pero también como Loma Atravesada, lo que hace pensar que lo estaba en relación a un camino existente.
Por todo esto, Ramos Mexía no era el único estanciero de la región: otros hacendados, amigos de Juan Manuel de Rosas (y el mismo Rosas), tenían estancias en las proximidades y empleaban indios en ellas. Cabe destacar que tanto éste como Ramos, si bien por distintos caminos intelectuales, habían llegado a la conclusión de que el progreso del sur de Buenos Aires tenía que llegar de la mano de la paz con los primitivos habitantes del lugar. Las disputas eran por los límites entre propiedades y por el ganado, y Rosas más de una vez utilizó su influencia para combatir las pretensiones de Ramos a nuevas tierras, acusándolo de complicidad con los indios.
            Sin embargo, gracias a la muy buena relación que Ramos Mexía  tenía con los pampas pudo celebrarse, el 7 de marzo de 1820, el Tratado de Miraflores, entre éstos, representados por el hacendado, y el gobierno de Buenos Aires, por el cual firmó Martín Rodríguez. Este tratado se proponía establecer "bases firmes y estables de fraternidad y seguridad recí­procas".

La crisis de 1820


            Pero esta paz se iba a ver perturbada por episodios de la guerra civil de ese año tan convulsionado que fue 1820.
            Se asistía a la caída del Directorio como forma de gobierno del país,  al aislamiento de las provincias y su difícil relación con la de Buenos Aires, que era la más interesada en aislarse y disfrutar con exclusividad de las riquezas del comercio portuario y su  aduana. En este contexto se desarrollaban los enfrentamientos de Buenos Aires contra las provincias litorales, unidas en la Liga de los Pueblos Libres liderada por Artigas. Pero los porteños iban a sostener la táctica de firmar tratados parciales, dividiendo a los artiguistas: primero lo hacen con el supremo entrerriano, Pancho Ramírez, armándolo de paso para que enfrente a Artigas, y luego repiten la maniobra con el santafesino López, ayudándolo a enfrentar a Ramírez.
La paz con Estanislao López se estipuló en el Tratado de Benegas, que puso al supremo entrerriano y a su aliado, el chileno José Miguel  Carrera, en pie de guerra. Este último fue quien condujo a tribus de ranqueles en sangrientos malones contra Lobos y Salto.
            El problema fue que el gobernador Martín Rodríguez no quiso distinguir entre los ranqueles y las etnías pampas. Jurando venganza contra Carrera, a quien en una proclama llamó "furia abortada por el infierno", atacó a los indios del sur, pese a que Rosas le aseguró que los responsables del malón eran ranqueles y que no era conveniente atacar a los pampas. Rodríguez fue desde Kakel Huincul a Tandil, pero el desierto y las tribus lo derrotaron. Según algunos autores, Rosas aprovechó esta expedición punitiva para perjudicar a Ramos Mexía, con quien disputaba territorios. Lo cierto es que el futuro "restaurador de las leyes", desde este episodio se distanció de la facción unitaria de  Martín Rodríguez, a quien en un principio había apoyado.[1]
            Al volver el gobernador de su fallida expedición, en enero de 1821, se produjo el hecho que se cuenta al comienzo. Arrasó la estancia de Miraflores, matando a los indios y llevando prisionero a Ramos Mexía. Lo acusaba de haber dado "pruebas muy estrechas de amistad con los salvajes".


Epílogo


            Francisco Hermógenes Ramos Mexía murió en su chacra de  Los Tapiales, en 1828. Un año antes le a habían restituido parte de sus propiedades de la estancia Miraflores, Pero no llegó nunca a volver allí. Una epidemia se llevó ese 1827 a dos de sus hijos, y él mismo murió al año siguiente por la misma causa.
            Juan Manuel de Rosas se distanció de Martín Rodríguez luego del ataque que el gobernador hiciera a los pampas. Sus estancias resultaron arrasadas por los malones con que éstos reaccionaron. Con esta ruptura, comienza a erigirse en líder político con peso propio. En su carta de renuncia le advierte premonitoriamente a Rodríguez: "Usted aún no me conoce, en vano le parece que sí". Agarrate Catalina, diría mi abuela.
            El capataz de Ramos, el gaucho José Luis Molina, se puso al frente de dos mil lanzas pampas y arrasó las poblaciones del sur del Salado, llevándose 150.000 cabezas de ganado y numerosos cautivos. Junto con los caciques Ancafilú y Anepan, rehusó negociar, argumentando que el gobierno no cumplía con los pactos. Alvaro Yunque afirma que en la guerra contra Brasil este baqueano logró vencer a "500 brasileños, mediante el incendio de pajonales, con sólo 21 gauchos".
            Por su parte, el hacendado y gobernador Martín Rodríguez seguirá intentando vanamente la venganza, mientras deja el gobierno en manos de su ministro Bernardino Rivadavia. Logra llegar a Tandil y a Bahía Blanca, pero militarmente vuelve a fracasar. Su conclusión, luego de todas sus desventuras, es que la experiencia "nos guía al convencimiento que la guerra con ellos debe llevarse hasta el exterminio".
            En cuanto a la relación entre blancos e indios, estos episodios, que minaron la credibilidad de los pactos, marcan el inicio de una guerra a muerte que  iba a durar hasta 1879, cuando adelantos tecnológicos como el telégrafo y el fusil Remington la decidieron en contra de las tribus de la pampa, durante  las campañas de Alsina y Roca.

 

Fuentes


Justo, Liborio. 1962. Pampas y lanzas. Palestra. Buenos Aires.


Sánchez, Gabriela. 2007. Francisco Ramos Mexía y la conformación de la estancia Miraflores.
en VI Jornadas de Arqueología e Historia de las regiones Pampeana y Patagónica. Mar del


Ramos Mejía, Enrique. 1988. Los Ramos Mejía. Emece. Buenos Aires.


Rosa, José María. 1973. Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires.


Yunque, Alvaro. 1956. Calfulcurá. La conquista de las pampas. Ediciones Zamora. Buenos Aires.



[1] En este singular año de 1820, Rosas aparece como defensor de los unitarios, y el general Paz con una postura federal al participar en  la sublevación de Arequito, por la cual los oficiales del ejército del Norte se negaron a tomar parte en la guerra contra la Liga de los Pueblos Libres de Artigas.

domingo, 19 de febrero de 2012

México 524


Casa José Hernández. El hogar de Felicitas


La casa de la Sociedad Argentina de Escritores se puede visitar  en México 524;  fue donde nació y fue velada Felicitas Guerrero tras su  trágica muerte. También es un exponente notable de la arquitectura italiana de mediados de siglo XIX en Buenos Aires.



A veces me pregunto si los guías de turismo que afirmamos que Samuel Sáenz Valiente era el gran amor de la vida de Felicitas Guerrero, sabemos al menos quién es el gran amor de la vida de nuestras actuales parejas.
Pero en fin, siempre se cuenta esta historia más o menos así: Felicitas Guerrero era, allá por los años 70 del siglo XIX, tal vez la viuda más codiciada de Buenos Aires. Se dice que era hermosa, pero lo seguro es que era rica. La  habían casado a los 16 años con Martín de Álzaga, un próspero  comerciante y estanciero, nieto de su homónimo que había sido ejecutado en 1812 acusado de conspirador contra el gobierno patriota. Juntos habían tenido un hijo que  murió antes de cumplir tres años, y luego otro, que murió en el parto. Estas penurias terminaron también con la vida de Álzaga, en 1870. Entonces, las murmuraciones de la gran aldea hablaron  de una relación amorosa, epistolar y romántica, entre la viuda y su pretendiente Enrique Ocampo. En todo caso, este amor estaba destinado al desencuentro: el muchacho  marchó a Europa tentado por un negocio, que no resultó rentable, y Felicitas, debido a la epidemia de fiebre amarilla de 1871, dejó Buenos Aires para refugiarse en una de sus estancias. Fue allí que se relacionó con un afortunado vecino: Samuel Sáenz Valiente, también rico y estanciero, con quien decidió contraer matrimonio.
Al regresar Ocampo de Europa, pretendió imponer su amor romántico (el romanticismo estaba de moda en esa época) por sobre el conveniente amor a primera vista de Felicitas y Sáenz Valiente.
Así es que el despechado enamorado  la visita una noche en que Felicitas iba a celebrar una fiesta en su residencia de Barracas; se entrevista a solas con ella, y al verse rechazado, saca un revólver y le dispara, provocándole la muerte. Luego se suicida, o familiares de Felicitas lo matan y declaran que se suicida.
Como se sabe, esto ocurrió en Barracas, y la familia Guerrero erigió en memoria de Felicitas una iglesia, que con los años iba a provocar comentarios sobre apariciones fantasmales. No es tan conocido que la protagonista de la trágica historia nació, vivió sus primeros años y también fue velada en esta casa  de la calle México, que además se conserva en perfecto estado.
Arquitectónicamente, la casa es de disposición medio pompeyana, con dos patios, que por un lado presentan una medianera y por el otro los accesos a las distintas habitaciones, dispuestas en dos pisos. El primer patio y las habitaciones adyacentes están actualmente utilizados por un restaurante. En su centro existe uno de los aljibes más antiguos de los que aún pueden encontrarse en Buenos Aires. Las paredes de una de las habitaciones del restaurante están ocultadas por los estantes con libros pertenecientes a la biblioteca de la Sociedad Argentina de Escritores, que junto con el piano dan una estupenda ambientación a la sala.
Al fondo, tras el segundo patio, se encuentra la oficina de la SADE, en la que se desarrollan distintas actividades sociales y culturales.
El aspecto actual de la casa, con su fachada neoclásica realizada por albañiles italianos, con sus pilastras, arcos de medio punto y rejas, es de 1850. Es decir que constituye uno de los ejemplos de las primeras edificaciones de este tipo, todavía en los tiempos del gobierno de Rosas en Buenos Aires.
En cuanto a la relación de la casa, llamada José Hernández, con el creador de Martín Fierro, no tenemos datos precisos. Inicialmente diremos que no fue vivienda del escritor y político, quien por muchos años no residió en Buenos Aires. Es sabido que su libro más importante lo escribió, o lo terminó, en una habitación del Hotel Argentino, frente a Plaza de Mayo. También que las ganancias que su publicación le proporcionó, junto con otros negocios vinculados a la compra y venta de campos, le permitió posteriormente comprarse una quinta en Belgrano, sobre la calle que hoy lleva su nombre. Sus propiedad allí estaba delimitada por las actuales  Olleros, Cabildo, José Hernández y Luis María Campos.
Es posible, sin embargo, que en alguna ocasión haya sido propiedad del escritor y utilizada con fines de renta. Porque es cierto que, como muchas de estas casas de familias distinguidas, por ejemplo, la de Ezeiza, en la calle Defensa, ésta también fue utilizada como conventillo a fines del siglo XIX y principios del XX.
En definitiva, esta residencia, a media cuadra del edificio de  la vieja Biblioteca Nacional,  es una posibilidad para los porteños y turistas de encontrarse con nuestra historia, nuestras leyendas y nuestra literatura.


Fuentes:

Gálvez, Manuel; 1945. José Hernández. Editorial La Universidad. Buenos Aires.

Giménez Vega; Elías. 1961. Vida de Martín Fierro. Peña Lillo. Buenos Aires

Kiernan, Sergio. 2004. La SADE en plateado, en Página 12. sábado 29 de mayo de 2004. Disponible en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-463-2004-05-29.html

Mercado Central. Chacra Los Tapiales


El progreso, entre la guerra civil y los malones.

Dentro del predio del Mercado Central de Buenos Aires, se encuentra el casco de la que fuera la chacra Los Tapiales. Es Monumento Histórico Nacional, perteneció al estanciero y agrónomo pionero Martín de Altolaguirre y luego a Francisco Ramos Mexía, un personaje singular que a principios del siglo XIX creía que había que tratar bien a los gauchos y a los indios. Así le fue.



            Saliendo de la Ciudad de Buenos Aires, apenas se pasa el peaje de la Autopista Ricchieri, puede verse a la izquierda el Mercado Central de Buenos Aires. Es el punto concentrador, principalmente de frutas y hortalizas, que abastece a gran parte de los 13 millones de habitantes de su  área metropolitana . No es tan conocida la existencia, dentro de su predio, del casco de la chacra Los Tapiales, que le da nombre a la localidad y que constituyó uno de los sitios más importantes de la campaña próxima a la ciudad, en las convulsionadas primeras décadas del siglo XIX.
            La propiedad, cuyo nombre se debe al cerco que tenía, hecho de tierra apisonada y tunas (el alambrado llegó a estas tierras en la década de 1840), perteneció desde fines de siglo XIX a Martín José Altolaguirre, agrónomo pionero de las tierras bonaerenses, amigo y colaborador de Manuel Belgrano. En su propiedad de La Recoleta, cerca del convento de los monjes franciscanos, plantó árboles que aún perduran, como los ficus cercanos al cementerio y frente a la confitería La Biela. También fue el introductor y primer cultivador de cáñamo y lino. En Los Tapiales se dice que plantó cientos de miles de árboles, entre ellos, olivares y nogales.
            Finalmente, en 1808, apremiado por necesidades económicas, Altolaguirre vendió esta propiedad a Francisco Hermógenes Ramos Mexía, que se estableció allí con su esposa al volver de Chuquisaca, donde había cursado sus estudios de Filosofía, Teología, Lógica y Leyes , y donde estudiaron, en la misma época, entre otros Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Mariano Moreno.
            Pero Ramos Mexía no se conformó con esta vida, y tal vez para poner en práctica ideas religiosas y filosóficas, se traslado en 1811 hasta más allá de la frontera con el indio, y cruzando el río Salado, mucho más allá del último fuerte, que estaba en Chascomús, se estableció junto a la laguna Kakel Huincul, en el actual partido de Maipú, provincia de Buenos Aires. La particularidad del caso fue que Pancho Ramos, como lo llamaban los indios, no sólo adquirió las tierras al estado, sino que también se la compró a los habitantes del lugar, que pertenecían a grupos entonces llamados pampas. Allí además les ofreció trabajo a quienes quisieran, y se ganó el respeto de todas las tribus del sur de la provincia. El negocio no era malo, por cuanto al sur del Salado, y teniendo a los indios de aliados, todavía podía encontrarse ganado cimarrón, que podía ser conducido a Los Tapiales, o vendido a saladeristas. La cosa funcionaba, y en 1820, Ramos Mexía logró mediar entre las tribus y el gobierno de Buenos Aires para suscribir el Tratado de Miraflores, mediante el cual la provincia hacía la paz con los  pampas, intentando así eliminar un foco de conflicto para centrarse en su defensa ante los ataques de Entre Ríos y Santa Fé.
            Sin embargo, las diferencias políticas entre las provincias iba a perjudicar a los indios del sur: mediante el Tratado de Benegas, la provincia de Santa Fé pactaba la paz con Buenos Aires, dejando de lado a Entre Ríos. Esto hizo que  el gobernador Francisco Ramírez (el Supremo Entrerriano) y su aliado, el chileno José Miguel Carrera, establecieran la guerra contra ambas. El último (antiguo Director Supremo de Chile, que buscaba hacerse fuerte en Argentina para derrocar a O´Higgins), junto con un grupo de chilenos,  comandó a los ranqueles en violentos malones contra las ciudades de Lobos y Salto.
            Sin comprender la diferencia entre ranqueles y pampas, el gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, intentó reprimir a estos últimos, pese a que Rosas le había advertido del error. Cruzó el Salado el 4 de enero de 1821 y atacó a los pampas que tenían sus tolderías junto al arroyo Chapaleufú, pero no le fue nada bien. Algo contrariado, no de muy buen humor, más bien hirviendo de ira, en su retorno apresó a los pacíficos indios de la estancia Miraflores, acusándolos injustamente de espionaje. Ramos Mexía aseguró a los indios que serían bien tratados, pero se equivocaba, y cuando al otro día se dirigía al campamento de Rodríguez para pedirle que los liberara, encontró que unos 80 habían sido degollados (ver nota sobre Kakel Huincul).
            Ya no le permitieron volver, y terminaría sus días recluido en Los Tapiales. En cuanto a las tribus pampas, entonces  sí se sumaron a los malones, declarando, junto con los ranqueles, la guerra a los "huincas". Incluso el capataz de la estancia Miraflores, el gaucho José Luis Molina, héroe de las batallas de Tucumán y Salta, se puso  al frente de algunas tribus y encabezó malones en el sur de la provincia. Por su parte, Francisco Ramos Mexía iba a morir en la chacra de Los Tapiales, donde permaneció recluído, en el año 1828.
Hasta aquí la historia. La leyenda cuenta que luego de su muerte, el cuerpo de Pancho Ramos fue rescatado por los pampas y que realmente descansa en los pagos de su estancia Miraflores, junto a la laguna Kakel Huincul.
            Un año después, en 1829, el general Lavalle, vencido, permaneció en Los Tapiales un tiempo y desde allí salió al encuentro de Rosas en la estancia La Caledonia, en la que se firmó el Pacto de Cañuelas.
            El edificio que puede verse dentro del Mercado Central fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1942. Su tipología responde al casco de estancia bonaerense. Tiene dos plantas con mirador, veintiún dormitorios, diez baños y dependencia para el personal de servicio. Si bien sirvió de escenario para películas e incluso albergó al Papa Juan Pablo II cuando en 1987 realizó allí una misa de campaña, hoy día, el casco de Los Tapiales  no puede visitarse por dentro, pero exteriormente puede verlo todo el que se llegue hasta el Mercado Central de Buenos Aires.


Fuentes:

Justo, Liborio. 1962. Pampas y lanzas. Palestra. Buenos Aires.

Newton, Jorge. 1972. Diccionario biográfico del campo argentino. Edición del autor. Buenos Aires.

Ramos Mejía, Enrique. 1988. Los Ramos Mejía. Emece. Buenos Aires.

Rosa, José María. 1973. Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires

Secretaría de Cultura de la Nación. 1996. Monumentos Históricos de la República Argentina. Buenos Aires.